Columna


Mons. Livio: pastor en el desierto

PADRE RAFAEL CASTILLO TORRES

21 de junio de 2009 12:00 AM

PADRE RAFAEL CASTILLO TORRES

21 de junio de 2009 12:00 AM

“La gratitud es una flor del jardín”: Mons. Livio. El diez de junio pasado, un fraile Franciscano Menor Capuchino, Obispo, cuyo palacio episcopal era una humilde y acogedora vivienda, su jurisdicción una pequeña huerta donde la mano de Dios acariciaba la tierra, su proyección social un telar para la solidaridad con los más pobres y su comunidad un grupo de simples colaboradores, regresó a la casa del Padre. Desde su llegada a Colombia, cuando aún el crisma de la consagración chorreaba de sus manos, Fray Livio realizó una travesía larga en años, dignidad y trabajo. El tiempo de la prueba ha pasado y se da lugar a la eternidad de la recompensa. Siento que en sus últimos momentos de preparación al encuentro con el Señor, le habrá dicho con palabras de San Juan de la Cruz: “Sácame de esta muerte, mi Dios, y dame la vida, no me tengas impedida en este lazo tan fuerte, mira que peno por verte, y mi mal es tan entero que muero porque no muero”. La Guajira y Cartagena le reconocen eterna gratitud. Lleno de Dios en la oración iba llevando su fragancia por todos lados. Por ello su testimonio sereno nos hace creer que resucitar es sacar a flote lo mejor que hay en nosotros. Y en el caso de Mons. Livio me parece oportuno sacar a flote su pastoreo en el desierto Guajiro, tal vez porque allí, en lo agreste, la diferencia se hizo riqueza y la diversidad se convirtió en bendiciones cargadas de creatividad. Un hombre inteligente, honesto y con buen criterio no pregunta hacia dónde va, sino ¿hacia dónde nos lleva Dios? Esa es la diferencia que hay entre quien hace las cosas al margen de Dios y quien las hace, como este fraile capuchino, por inspiración de Dios. El secreto de su pastoreo en el desierto estuvo en su astucia, en hacer conocer la Buena Nueva de Jesús y en el saber escarbar las semillas del verbo presentes en la cultura guajira. Ello permitió que resplandeciera, con mayor vigor, el anuncio y la vivencia, aún por los medios hasta ahora imposibles. Rompió esquemas, dejo de recorrer los archiconocidos caminos que todos siempre recorrían, desentumeció las rodillas y se abrió al Espíritu de Dios que hace nuevas todas las cosas. Como quien dice se creyó por entero el testimonio de Moisés en Éxodo 3, 1 y siguientes cuando dice: “Una vez llevó las ovejas ‘más allá’ del desierto y llegó hasta el Horeb, la montaña de Dios”. Monseñor supo correr el riesgo de la aventura. En vez de tomar el mismo camino de siempre, se internó en el desierto árido, donde las rancherías son dispersas y la seguridad es poca. Traspasó fronteras y descubrió experiencias nuevas que ningún misionero había saboreado. Se encontró con nuevas rutas y un suelo virgen. Es precisamente aquí, cuando salió de la rutina y se atrevió a ir más allá del desierto, cuando se encontró con un Dios nuevo: el Dios que escucha el clamor del pueblo guajiro. La novedad de Dios es posible si se osa traspasar el desierto. Urge ir con el rebaño más allá de lo humanamente posible, más allá de la lógica, ello es garantía de una tierra de promisión. El día que Fray Livio traspasó el horizonte de lo cotidiano, Dios vio en él a un conductor excelente de su pueblo. Por ello lo quiso obispo. Seguramente ya había superado los límites de lo convencional. Aquí hay un ejemplo estupendo de generosidad y valentía para las presentes y futuras generaciones de sacerdotes para quienes el ministerio, antes que alpinismo social, ha de ser donación generosa. ramaca41@hotmail.com

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