El grito de gol de aquel 19…

COLPRENSA
CALI
18 de Junio de 2014 07:32 pm
  • Fredy Rincón. // COLPRENSA

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Todo colombiano sabe bien qué estaba haciendo y en dónde la mañana de ese martes 19 de junio de 1990. Doña Rufina Valencia, por ejemplo, levantada desde muy temprano, había aseado con esmero su casa del barrio El Jorge, en Buenaventura, y distraía las horas muertas en la mecedora del patio trasero de su casa, mientras la veladora encendida por ella frente a la imagen de Santa Marta se deshacía en una llamita tímida.

Cerca de las diez, hizo lo que siempre resistió: sentarse frente al televisor de la sala, en compañía de Teresa, Tomás Humberto, Ignacio, Armando, Rafael, Manuel y Carlos. Eran siete de los ocho hijos que había levantado en medio de la pobreza y todos amaban el fútbol. Doña Rufina, en cambio, había desdeñado siempre de ese oficio aparentemente elemental que consiste en ganarse la vida pateando un balón.

Siempre, hasta ese día. El motivo estaba a miles de kilómetros y un océano entero de distancia, en Italia. Fredy Eusebio Rincón —el hijo ausente— a esa misma hora se echaba una bendición antes de saltar a la cancha del mítico estadio Giuseppe Meazza de la ciudad de Milán, en el que 72.510 espectadores aguardaban por el pitazo inicial. Lo que siguió después lo vimos todos. Lo sufrimos todos. ¿Algún colombiano puede, en serio, olvidar qué estaba haciendo esa mañana de junio de hace 24 años?

Es que a veces la memoria puede ser una metáfora: ni todos los recuerdos se conservan ni todos llegan a la mente de inmediato. Este sí. Nos ubica sin torpezas en el minuto 47 del segundo tiempo del partido Colombia–Alemania, que definía el paso de la selección colombiana —para algunos, la mejor que hemos tenido en todos los tiempos— a octavos de final en el Mundial de Italia 90, el segundo que visitábamos en nuestra tímida y brevísima historia de campeonatos mundiales.

La hazaña futbolística de la que se vivía aún había ocurrido hacía demasiado tiempo ya, 28 años. Se escribió durante el mundial de Chile del año 62 y los viejos solían contarla una y otra vez como una gesta: Colombia, con sus jugadores vestidos de camiseta azul y pantaloneta café, había conseguido un empate histórico de cuatro goles frente a la Unión Soviética, para entonces uno de los mejores equipos del planeta.

Nuestra selección ya iba perdiendo 3-0 desde los primeros minutos del partido a manos de esa aplanadora rusa. Un cuarto gol llegaría en el comienzo del segundo tiempo. El debut en nuestro primer mundial amenazaba, pues, con convertirse en vergüenza.

Pero después del minuto 68 —muchos todavía se preguntan cómo— la desconocida selección Colombia tomó el control y logró remontar la derrota con los goles que la separaban del empate final: 4-4. Uno de ellos fue marcado por Antonio Rada, que murió en Barranquilla de un cáncer el pasado 1 de junio, y otro, de tiro de esquina, anotado por Marcos Coll, que aún hoy los coleccionistas de rarezas siguen evocando como el único gol olímpico de la historia de los mundiales.

Fue un duelo que, sin embargo, ni los viejos ni nadie en Colombia pudo ver en tiempo real. Hacía solo un lustro Gustavo Rojas Pinilla había traído la televisión al país; así que la noticia de ese partido, como casi todo lo que ocurría en el mundo por entonces, tuvo que viajar largamente por las ondas hertzianas hasta aterrizar, varias horas más tarde, en el radio viejo de uno de esos abuelos memoriosos que comenzaron a atesorar aquél marcador como un asunto que merecía la pena ser contado de generación en generación.

Para ellos y todo el país, aquello no había sido mero empate. Para una Colombia que siempre se la llevó bien con la derrota, ese 4-4 fue lo más cerca a una conquista. El periodista costeño Juan Gossaín lo definió de una manera genial: “ese partido nos enseñó a los colombianos a conjugar el verbo ‘casi triunfar’”.

***

Todo eso lo sabía el propio Fredy Rincón, por entonces un muchacho tímido, muy tímido, de 24 años y 1.86 de estatura. De esa timidez le había hablado Maturana varias veces. Que era algo que debía corregir, le decía con insistencia.

La prensa no era en cambio tan benévola: criticaban que esa timidez se advertía también en la cancha pues, decían, pese a su monumental estatura y contextura física, Fredy parecía sentirse apocado frente a sus rivales. Él no lo creía así, les respondía, pues desde su llegada al fútbol profesional con el Sante Fe del 85, liderado por el profesor Jorge Luis Pinto, comenzó a construir su fama de hombre todo terreno en la cancha que lo mismo podía defender de manera aguerrida que anotar con maestría de delantero.

Se había iniciado en el Atlético Buenaventura, un equipo chico de su puerto natal en el que se empeñó en jugar pese a la cantaleta y la desilusión de la negra Rufina, que soñaba convertir a sus ocho hijos en profesionales de universidad y no en administradores de pasiones encendidas.

Pero el destino ya estaba escrito en alguna parte. Desde entonces ya era el ‘coloso de Buenaventura’, el mismo tipo de cuerpo espigado y largas zancadas, que había salido dos horas antes del partido contra el poderoso equipo de Franz Beckenbauer de la Villa Pallavicini, donde se concentró la escuadra colombiana.

La noche anterior, Rincón había escuchado un poco de salsa del Grupo Niche en su habitación, comer algo ligero y acostarse temprano. Y solo pensaba en el desquite de la mala tarde que había vivido frente a Yugoslavia, que junto a Emiratos Árabes y Alemania conformaron el Grupo D que enfrentó la selección en la primera ronda de Italia 90. Maturana lo había sacado del partido y muchos sospechaban que Rincón no jugaría contra los germanos.

Pero ahí estuvo Fredy, así lo vimos durante la transmisión en vivo y en directo que la RAI le mostraba al mundo ese martes 19 de junio de 1990.

Rincón —recuerda hoy— no había sido integrado al equipo durante las eliminatorias para la cita orbital en Italia, “pero después de la clasificación de Colombia, el profesor Maturana me convocó pues yo traía fama de goleador, de resolver las jugadas y anotar fácilmente y él necesitaba un jugador así para lo que pensaba mostrar en el mundial”.

Los recuerdos van apareciendo en su casa de Cali del barrio Los Andes, a la que llegó no hace mucho procedente de Brasil, país donde jugó en São Paulo, Palmeiras, Corinthians, Santos y Cruzeiro. País donde sigue siendo ídolo al punto de hacer parte, desde 2011, del salón de la fama del equipo paulista.

Es una mañana de martes y ‘El coloso’ acaba de repetir en un noticiero de televisión la noticia triste de que Falcao deberá perderse el Mundial de Brasil por cuenta de una lesión de rodilla que sufrió durante un partido de su equipo, el Mónaco. “Eso debe ser un golpe durísimo”, se apresura a decir Fredy. “Es que jugar un mundial, vestir la camiseta del país de uno, es lo más importante que le puede pasar a un jugador de fútbol profesional”.

La de Fredy, en 1990, tenía en la espalda el número 19 y era roja. ‘El coloso’ era uno de los integrantes de esa generación épica de nuestro fútbol de la que también hicieron parte —cómo olvidarlo— ‘El Pibe’ Valderrama, Iván René Valenciano, René Higuita, ‘el Bendito’ Fajardo, ‘El Tren’ Valencia y Leonel Álvarez. Un verdadero ‘dream team’.

Fredy los ve de nuevo a varios de ellos en un video de imágenes poco nítidas. Dura 4 minutos y 55 segundos y reconstruye los últimos minutos de un partido memorable que nos enseñó a todos en Colombia qué delgada es la línea que separa a la euforia de la desesperanza.

Las imágenes arrancan con la jugada que permitió un gol desconcertante del delantero alemán Pierre Littbarski, en el minuto 43 del segundo tiempo, que alejaba a la Selección Colombia de la posibilidad de pasar a octavos de final.

En YouTube es fácil regresar a ese episodio triste: ‘Chonto’ Herrera no alcanza a contener el avance de Littbarski, que de un zurdazo logra finalmente dejar el balón en el arco de un Higuita desconcertado.

¡No hay derecho! ¡No nos lo merecíamos, no nos lo merecíamos!, gritaba con la poca voz que le quedaba el narrador William Vinazco durante la transmisión.

“Es que ese gol de Alemania fue de lo más injusto porque veníamos jugando muy bien, haciendo un gran partido”, asegura Fredy. “Usted sabe, el ‘toque toque’, ese estilo que impuso Maturana y que nos hizo conocidos en todo el mundo”.

Sería con ese ‘toque toque’, con ese fútbol exquisito y lírico, con esa elegancia en un juego como el fútbol que aparentemente exige más rudeza que estilo, que comenzó la jugada que le permitió a la escuadra colombiana pasar de la desesperanza a la euforia.

El video es un viaje a la memoria: Leonel recupera una pelota desde territorio colombiano y la deja a los pies de ‘el Bendito’ Fajardo, que después de recorrer varios metros de la cancha, la entrega a Valderrama. ‘El Bendito’ y ‘El Pibe’ la pasean unos pocos segundos más, hasta que este último la entrega con precisión de relojero a Rincón que termina a solas con Bodo Illger, el portero alemán.

“¿Qué qué pensé en ese momento? Eso me lo han preguntado muchas veces. Y la verdad es que en una situación como esa no se piensa mucho. Yo solo imaginé que la única opción que tenía frente a ese ‘monstruo’ que era Illger, era intentar un gol a ras de piso y se dio”.

Ese gol se dio casi en el último minuto, como debía ser, para que pasara a la historia. Para que aún se nos erice la piel cuando lo vemos.

Al otro lado del mundo la negra Rufina se vio abrazada por sus siete hijos y decenas de vecinos de El Jorge. En la cancha del Guiseppe, el único de esos hijos que no estaba con ella sentía también algo parecido: el abrazo emocionado de ocho jugadores que se le arrojaron encima para celebrar.

La foto que quedó para el recuerdo nos muestra al ‘Coloso’, al joven que todos creían tímido, con los puños de las manos en alto, gritando ese gol con el alma.

Como aquél marcador frente a la Unión Soviética del 62, este de Rincón no fue mero empate. También fue triunfo. Para muchos colombianos no fue solo el paso a la siguiente ronda, ni la hazaña de haber roto el invicto del equipo de Beckenbauer, que en ese mundial acabaría convertido, con solo un gol en contra, el de Colombia, como campeón del mundo.

Es que, en esos años, la esperanza tenía que salir de algún lado. En los 90, Colombia era vista ante el mundo como un país arrinconado por los bombazos de Pablo Escobar, el asesinato de ministros, policías, magistrados y candidatos presidenciales. Éramos la noticia que nadie quería leer.

“Era un momento muy difícil. Todos en la selección lo sabíamos y lo comentábamos en la concentración. Por eso, después vine a entender por qué la gente sigue recordando con tanta alegría ese gol, a pesar de que es apenas uno de los 17 que marqué con la Selección y de los más de 120 que hice en mi carrera deportiva”, piensa Fredy.

Nosotros también vinimos a entenderlo luego: el hijo de Rufina fue una especie de entrenador que se encargó de contarnos cuál era nuestra posición en el fútbol del mundo. Por eso, en nuestra historia, siempre acabaremos por entregarle el pase, el pase de la gloria.