Columna


Nada dura para siempre

ADOLFO GÓMEZ AGÁMEZ

12 de junio de 2009 12:00 AM

ADOLFO GÓMEZ AGÁMEZ

12 de junio de 2009 12:00 AM

Antes de que comiencen a leer este artí-culo, quiero hacer una salvedad: no me consideren uribista ni anti uribista. Soy un ciudadano común y corriente, que comparto muchos pensamientos y acciones del Presi-dente, pero que no me autoriza ni para lan-zarlo a la Presidencia ni mucho menos para descalificarlo si es su opción aspirar a ella otra vez. Este artículo es una de las múltiples en-señanzas de Arnaud Maitland, autor del li-bro “Vivir sin arrepentimiento”, que escri-bió para un público amplio y diverso, en donde nos hace descubrir conocimientos que poseemos, pero que mantenemos ocul-tos o que no ejercitamos y que nos permiti-rían crear una vida feliz, exitosa y plena de sentido. El cambio, dice Maitland, es inherente a la trama del cosmos. Nuestro universo cambia permanentemente y el fenómeno creación y decadencia se suceden mutua-mente sin cesar; en los ritmos del tiempo, comienzo y final, nacimiento y muerte es-tán inextricablemente unidos. Nada de lo que ahora parece natural y hasta indispen-sable, permanecerá con nosotros hasta el fi-nal. Los pueblos donde vivimos parecen ser realidades fijas, pero aquellas personas que viven en zonas de terremotos o desastres naturales saben que no es así. Si dentro de un tiempo futuro volvemos al lugar donde estamos ahora (sea Montería, Sincelejo, Cartagena, etc.) gran parte de los que nos rodea habrá desaparecido o cambiado hasta ser irreconocible. Las familias donde nos criamos o las que formamos, las organizaciones donde trabajamos, la sociedad a la que contribui-mos, la cultura que nos moldeó, todo lo que existe, cambiará finalmente y desaparecerá debido a causas y condiciones. Nada dura o permanece igual; todo está en movimiento. Una mariposa puede durar una semana, las estrellas billones de años, pero a todas les llegará su fin. De la misma manera, por más que lo ne-guemos y tratemos de evitarlo, el cuerpo humano está sujeto a constantes transfor-maciones dentro del tiempo que le toca vi-vir. En la tercera edad, ni una sola célula del cuerpo humano (excepto las neuronas) se encuentra igual al nacer. Ni siquiera nuestro planeta o el sol durarán para siempre. ¿Qué pasaría si pudiéramos saborear el cambio como si fuera una comida exquisi-ta? Podríamos alegrarnos por el hecho de que nada es fijo y permitirnos entregarnos a la transformación, porque el cambio ofrece asombro y vitalidad, y como todo está abierto, las cosas siempre pueden mejorar. Así las cosas, Maitland nos invita en su libro, de donde extraje este artículo, a que nos refugiemos en ese conocimiento, repi-tiéndonos siempre que el tiempo es nuestro socio y maestro y que nada dura para siem-pre. a_gomezagamez@hotmail.com

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