Columna


1984

CARMELO DUEÑAS CASTELL

27 de junio de 2018 12:00 AM

Hace 115 años, nació Eric Arthur Blair, quien más adelante adoptó el pseudónimo de George Orwell. En 1948 terminó de escribir su novela, titulada 1984, y publicada en junio de 1949. Fue todo un éxito y describe tres grupos sociales dominados por una fuerza oculta: el Gran Hermano, que está en todas partes, es guardián, dios y juez supremo; desconoce todo derecho, ejerce una represión asfixiante, manipula la información con una publicidad alienante, ejerce una vigilancia estricta y permanente; es un régimen totalitario, un aparato represivo; mediante dispositivos de vigilancia, el Gran Hermano está en todas partes, vigila todo, las calles, los negocios, las casas; manipula la historia para que el pasado coincida con la versión oficial; promueve la denuncia como otra forma de manipular la verdad.

El personaje principal, Winston Smith, trabaja en el Ministerio de la Verdad, donde debe reescribir la historia. Con el tiempo se hastía de todas las falacias que lo obligan a difundir. Cuando descubre su verdadero amor, Julia, se une a un grupo de resistencia. Sin embargo, no hay lugar para la más mínima intimidad. Luego de torturas y lavado de cerebro, Winston acepta como verdad todo lo que el partido dice y muere de un tiro en la nuca, ignorando a Julia, ignorado por ella y amando al Gran Hermano.

Cuando Orwell escribió esta novela pensó en un aparato estatal que dominaba a la masa, sin embargo, hoy la masa parece que todo lo gobierna y todo lo controla: el Gran Hermano es la red, el Ministerio de la Verdad es internet; la vida no se vive si no se publica; la felicidad no yace en las sonrisas del momento sino en la percepción del otro, los deseos no lo son hasta que otros no les dan ‘Like’; la hermosura de un crepúsculo solo se vive en la eterna temporalidad de Instagram; los secretos se esconden, y se difunden, en la obsecuente intimidad de Facebook; nuestros más involuntarios gustos solo los conoce, y manosea, la publicidad manipuladora de la red, que todo lo desfigura; presidentes, políticos y jueces solo funcionan cuando emiten sus juicios a través de la twitter.

Cualquier pecadillo venial se convierte en un execrable crimen cuando lo juzga la inmediatez del ‘gran hermano’ y queda equiparado, por arte de birlibirloque, al genocidio de ayer, y este último queda sepultado en la más reciente insensatez de la estrella del momento. Si no está en la red no existe. No hay lugar para términos medios, la calumnia prejuzga y condena y luego no se excusa.

Pero, además, la violencia diaria, la vida diaria, el hoy, esto es, la realidad de todos los días, desaparece bajo la maraña del lente miope del Gran Hermano que todo lo desfigura para equiparar la dolorosa realidad con la vergonzosa superficialidad de la red. Pero bueno, ya lo decía Orwell: “quien controla el pasado controla el futuro. Quien controla el presente controla el pasado”.

*Profesor Universidad de Cartagena

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