Columna


Adicción al móvil

ÓSCAR COLLAZOS

09 de agosto de 2014 12:02 AM

Sean sinceros -le pedí a un grupo de estudiantes-. Examinen su propia conducta y díganme si se sienten adictos al celular. Hubo desconcierto y risas en la clase. Aunque nunca prohibí que tuvieran el celular encendido durante las clases, pedí que, si lo contestaban, lo hicieran fuera de clase. No soporto competencia tan desleal, bromeé. 

La pregunta tenía la intención de llamar la atención sobre el uso indebido que los estudiantes hacen en clase de sus celulares y saber qué tan conscientes son de procesos mentales que llevan a conductas repetidas y, al cabo de cierto tiempo, inevitables y compulsivas. Quería que me hablaran de la adicción, una palabra que se define, sencillamente, como  “el hábito que domina la voluntad de una persona.”

Díganme -continué- si ese aparato, tan necesario a las comunicaciones, instrumento de búsqueda de conocimiento, útil en emergencias e infaltable en el entretenimiento, díganme qué pasa cuando no lo tienen a mano. A la mayoría le costó aceptar que lo que llamaban “costumbre” se había vuelto adicción, es decir, una conducta incontrolable; que la falta del aparato les producía alteraciones nerviosas.

Cuando nos pusimos en la tarea de describir las reacciones que se tienen cuando falta por algún tiempo algo que se tiene siempre a mano y se duerme con él, estuvimos de acuerdo: hay costumbres fáciles de cambiar y otras que cuestan, aunque tengamos ganas de hacerlo.

La mayoría aceptó que el celular le había cambiado la vida y los hábitos, que la falta momentánea del instrumento producía una sensación de pérdida y vacío similar o peor a la que se tiene con la desaparición de una persona querida.

Hablamos de la concentración de funciones en un aparato inteligente: teléfono, correo, redes sociales, cámara de fotos y video, GPS, buscador de Internet, radio, televisión, etc. Hablamos de la casi inevitable tentación de usarlas todas, incluso para placeres solitarios que han cambiado la gratificante costumbre de ver y tocar a las personas que deseamos.

La concentración de funciones ha desviado la atención en el mundo exterior hacia el interior del móvil y ha llevado a un mayor ensimismamiento. Por ejemplo: los jóvenes se citan en un sitio público, no para hablar entre ellos sino para “wasapear” con los ausentes.

No se trata de renunciar a una tecnología que ha transformado en menos de 20 años los sistemas de comunicación e información. El progreso humano se refleja en la manera como nos adaptamos sin ser sus víctimas a las nuevas tecnologías. Sin embargo, no se ha producido aún la mutación genética que permita servirnos de un aparato que transporta al mundo en una pantalla sin sufrir daños graves en nuestras relaciones sociales. Una nueva patología.
*Escritor
collazos_oscar@yahoo.es

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