Columna


Apología de la amistad

JORGE TIRADO NAVARRO

03 de enero de 2017 10:02 AM

Los primeros días del año son de recogimiento y reflexión. Muchos aprovechamos el tiempo libre para cultivar el afecto entre amigos, aquella noción de ‘philia’ acuñada por los griegos antiguos, que Aristóteles definió con gran tino y belleza: “La amistad es un alma atrapada entre dos cuerpos”. Con ello, el pensador griego alude a una conexión profunda entre individuos que les permite compartir y sentir con igual intensidad -y al unísono- los momentos de felicidad y dolor de la existencia. 

La amistad es un instrumento para alcanzar una vida virtuosa que refleje ‘el vivir bien’ aristotélico. La vida del amigo es el espejo de la vida propia, pues un individuo evalúa su vida y afirma o niega sus pensamientos y actos a partir del rasero que constituye la vida de su amigo. Así, la amistad es un instrumento para conocer la vida virtuosa, y a la vez un antídoto contra el autoengaño, ante el riesgo latente de creerse moralmente bueno, cuando en realidad se ha emprendido el camino equivocado.

El individuo reafirma su accionar, cuestiona su comportamiento, revalúa sus proyectos y se traza objetivos y propósitos tomando como ejemplo la vida del amigo. De ahí que los padres le insistan a sus hijos en escoger como amigos a personas buenas, pues saben de la inclinación humana de imitar y reconocerse en el otro.

Más aún, la importancia de la amistad no es sólo epistemológica (como medio para acceder a la virtud), sino también práctica: los valores y la experiencia compartidos, que sustentan la amistad, sirven de incentivo para empeñarse -con esmero- en las diversas actividades que enaltecen al hombre, convirtiéndose la amistad en un detonador del éxito y florecimiento de la vida humana. La palabra de afecto del amigo puede suscitar energía para acometer una empresa, y servir de paliativo contra el dolor o la frustración por la pérdida o el fracaso.

Una de las cosas bonitas de la amistad es que el amigo no es fungible, sin que pueda ser reemplazado en forma automática por otra persona con iguales características, pues ese afecto se fundamenta en una visión compartida del mundo, y se forja y nutre de experiencias vividas y de la interacción continua de los individuos. Tal vez por eso no es posible desechar a un amigo y sustituirlo de inmediato por otra persona similar, como si fuera el fusible quemado de un viejo automóvil.

En este nuevo año, reflexionemos sobre la amistad sincera, benéfica y recíproca, y sobre todas las bondades sicológicas y sociológicas que encierra para fortalecer al ser humano y a la sociedad, porque en un país polarizado como el nuestro es primordial cultivarla y robustecerla como pivote esencial para desarmar los espíritus y consolidar la paz.

 

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