Columna


Asuntos municipales

ROBERTO BURGOS CANTOR

20 de febrero de 2016 12:00 AM

La historia de la independencia colombiana, sus discusiones políticas, o lo que así se llamaba, conducían a la muerte. La montonera de constituciones y leyes, los empeños por darle un horizonte a una vida de destinos precarios apenas alimentados por el fanatismo y la guerra, sufre de largos olvidos.

La crueldad de las incontables muertes, deforman el tiempo y lo impregnan de esa desesperanza del infierno: la eternidad. A lo mejor su castigo es vivir en el pasado. Incapaces de futuro nos conformamos. Pasado de brumas, mentiras y fracasos.

El año ha traído en su recetario las disputas inanes de la autoridad municipal, de reciente elección, con el antecesor.

Hace tiempo los alcaldes eran nombrados por los gobernadores de Departamento, con una intervención discreta del presidente de la República. No hay duda de cómo en un país, todavía de pobreza austera, esa presencia del poder central estimuló desarrollos de salvación. U olvidos.

Nuestro escaso sentido práctico y de realidad se enamoró de algún principio democrático: la voluntad popular: más allá de la algarabía de las bandas y los borrachos en las procesiones, en los días patrios, y electorales.

Se olvidó la pesadumbre del Libertador, con ejércitos, ideas, y las protecciones de la gloria insuficientes y se lamentó: somos pueblos ingobernables.

Así se cambió el sistema de nombrar el de elegir. De un día para otro, sin reformar la seguridad y pulcritud a la fiesta electoral, creímos empoderar a la gente. Y no: se abrió otra tronera de corrupción, oportunismo, de aprovechar la ignorancia. Ahora la gente, las intonsas gentes, León de Greiff dixit, además de tener la responsabilidad de elegir presidente, senadores, representantes, votan por gobernadores, alcaldes, diputados, concejales, ediles, y la cola infinita. Dice mi amigo Lafaurie: ¡cuadro, qué cultura resiste! Los electores más sanos no tienen tantos hijos para buscar padrinos en los elegidos. Los otros, llagados por el cinismo de la necesidad rematan su voluntad. El Tuerto López pregunta: ¿Y qué hago con este fusil? Con legitimidad ética o sin ella los Alcaldes se posesionan

Nadie precisa el programa ofrecido. Hay un batiburrillo de polémicas sin sentido. Muchas parten de la confusión o del desconocimiento entre gobernar, administrar, y el bendito éxito de los supermercados: gerenciar. La mayoría de los alcaldes quieren vender todo, como si pudieran disponer de lo público igual a su carro, o su bicicleta, o su casa. Otra vez una abstracción: ¿por qué el Estado tiene empresas exitosas?
Si las tiene, para el bien común, comadre.

*Escritor
ROBERTO BURGOS CANTOR*
reburgosc@gmail.com

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