Columna


Atracador atracado

RODOLFO DE LA VEGA

13 de julio de 2013 12:00 AM

RODOLFO DE LA VEGA

13 de julio de 2013 12:00 AM

En todos los terminales marítimos hay unos trabajadores cuya misión consiste en recibir las amarras de los buques que llegan y asegurarlas en las bitas, para trabajar sin riesgos. También son los encargados de soltar las amarras cuando el buque se dispone a zarpar. 
Cuando el buque se encuentra muy cerca del sitio designado para su atraque, la marinería arroja una pelota pesada sujeta a una cuerda delgada que es recogida por los servidores del muelle.  A la cuerda delgada va sujeta otra más gruesa llamada amarra, o cabo.  En el ámbito portuario la cuerda delgada provista de una bola en uno de sus extremos la llaman “jibilay”, descomposición del término inglés “Heaving Line”, o sea, cuerda (line) para arrojar o tirar. A estos servidores, auxiliares en el atraque y desatraque de las naves, los llamaron inicialmente atracadores.  Pero ellos, con el fin de evitar confusiones por causa de una expresión sinónima aplicada a delincuentes, prefieren que se les llame amarradores. 
Hoy, con los puertos privatizados, los amarradores son suministrados por las compañías de pilotos prácticos. Así, no tienen porqué permanecer dentro de la zona del puerto todo el tiempo. Una vez terminada la maniobra de atraque se retiran y son citados por sus contratantes para asistir a la hora convenida, al desatraque y zarpe de los buques.  Cuando los terminales marítimos eran administrados por la Empresa Puertos de Colombia –“Colpuertos”--, los amarradores pertenecían a la nómina de los fijos y conformaban dos turnos, uno diurno y otro nocturno, para una permanente disponibilidad. Un gran número de hombres conformaban el grupo.  
El Goyo era quizá el más popular. Según sus compañeros, no entendían cómo era posible que siendo El Goyo un hombre gordo, desgarbado y con un rostro poco atractivo, tuviera tanto éxito con las mujeres. Envidiosos, aseguraban que el éxito obtenido radicaba en que El Goyo era “paganini”.
Cierta noche Gregorio se hallaba en franquicia y había invitado a salir a una atractiva jovencita. Cenaron en un buen restaurante, estuvieron bailando en una discoteca, de la que salieron a buscar un taxi que los condujera a un motel donde rematar su agradable velada. Inesperadamente de una zona oscura apareció un hombre armado con afilado cuchillo, quien agarró fuertemente a la chica y afianzando el arma en su cuello dijo: “esto es un atraco”. El Goyo, ni corto ni perezoso, puso pies en polvorosa, dejando a su amiguita en manos del atracador. El hampón, apretando aún más a la joven y con el cuchillo peligrosamente en el cuello de su víctima, insistió: “Deme la plata o la degollo”.  Ella, aterrada y entre sollozos contestó: “le daré la mía, porque Goyo se llevó la de él”.-

*Asesor Portuario
kmolina@sprc.com.co

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