Columna


¿Aun falta más horror y crueldad?

FABIO CASTELLANOS HERRERA

12 de agosto de 2016 12:00 AM

Si una sociedad se mide por el trato que le da los débiles y si esta medición es real, tenemos que concluir que nuestra sociedad está enferma. Hoy con profundo dolor digo que me motiva escribir estas líneas, el asesinato irracional, horroroso, cruel (y todos los calificativos que se le quieran poner) de dos ángeles cartageneros a manos de su padre.

Este solo hecho tendría que tener a la ciudad reflexionando, no sobre los motivos morbosos de la tragedia, sino de la salud mental de Cartagena y su trato con los débiles.

Puede que algunos digan que este es un hecho aislado, que el Estado no puede entrar en la psiquis de un sicópata o de un sociópata para prevenir un acto absurdo, pero no pueden decir que un crimen de estos no conmueva a la ciudad, ni se escuchen los cánticos de sirenas de las autoridades o los debates sobre la implicaciones de tan horrendo crimen en el inconsciente colectivo.

Lo anterior está reflejando un triste fenómeno; en Cartagena nos acostumbramos a la muerte. Son ya tantas al año y de todo tipo: mujeres embarazadas para extraerles el bebe, policías, niños, ancianos, jóvenes, adultos, que hacen que la orgía de sangre nos haga perder la capacidad de asombro y de horror.

La reciente entrega de Cartagena Cómo Vamos incluyó la cifra fatídica de 42,2 muertos por cien mil habitantes, estando entre las ciudades más violentas del mundo. La mayor cantidad de asesinatos son relacionados con la violencia interpersonal producto de  la intolerancia social. Estos datos y hechos tan horrendos como la muerte de los dos niños ahorcados por su propio padre deben generar un debate acerca de la sociedad que estamos “construyendo”, sin el miedo de mirarnos en el espejo de nuestras miserias. Si seguimos diciendo que somos lo máximo, la fantástica, sin revisar lo que sucede, cada día enterraremos la “arena” bajo la alfombra.

Un debate profundo nos debe hacer preguntar: ¿qué incidencias tienen estos hechos con ser la ciudad con más pobreza y miseria del país (según el DANE, recogidas por Cartagena Cómo Vamos)? ¿Cómo actúa el distrito para prevenir esta conducta de enfermedad mental y de descomposición social?, ¿cómo puede la sociedad civil y la sociedad política construir una terapia colectiva de sanación?, ¿hay una crisis de valores en la ciudad, por el fracaso de los modelos éticos de respeto a la vida y del triunfo de la  ambición insolidaria? Nos merecemos un debate serio desde la criminología, la sociología, la antropología y la economía.  No hacerlo será seguir dando palos de ciego en una sociedad que cada día apaga sus luces de justicia, fraternidad y solidaridad.
 

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