El voto en blanco se incluyó en la Constitución (art. 258) para protestar contra los candidatos a elección popular; en vez de abstenerse, se puede votar en blanco...
El voto en blanco se incluyó en la Constitución (art. 258) para protestar contra los candidatos a elección popular; en vez de abstenerse, se puede votar en blanco, y si son mayoría, la elección debe repetirse con otros candidatos. La teoría es muy bonita pero no sirvió, pues desde que en el 2003 se aprobó hubo elecciones para unos 3.500 alcaldes y gobernadores, y solo una vez –en Bello en 2011- ganó el voto en blanco.
Es imposible afirmar que los otros 3.499 mandatarios elegidos han sido los mejores candidatos. Hubo muchos mafiosos, parapolíticos o corruptos adueñados del poder local para intereses particulares, tantos, que en los últimos diez años la Procuraduría destituyó más de 800 alcaldes y 24 gobernadores.
Hay casos aberrantes, como el de Floridablanca (Santander): allí destituyeron 5 de los 10 alcaldes elegidos popularmente; o el Valle del Cauca, donde destituyeron 3 de los últimos gobernadores. Algunas destituciones pueden ser injustas, pero hay muchos otros que debieron condenar.
Una de las causas de esta vergüenza de la democracia es la debilidad de los partidos políticos, responsables de avalar a los candidatos. En su afán pragmático de ganar votos, todos los partidos –con honrosas excepciones- omiten principios éticos y políticos para avalar candidatos con posibilidad de ganar aunque tengan antecedentes o vínculos problemáticos.
El Tiempo de la semana pasada mostró que en al menos 11 departamentos (¡la tercera parte de las gobernaciones del país!) los elegidos pueden ser candidatos cuestionados o familiares y herederos de políticos ya condenados, que buscan abusar del erario por mano ajena.
Lo más grave es que la mayoría de estos candidatos tendrá el aval de los partidos de la Unidad Nacional o de Opción Ciudadana, el antiguo PIN, herederos del uribismo rural.
Hay distintas reacciones en cada partido frente a estos avales. En la U no dicen ni mu, pues es un partido sin ideología ni programas, fuera de ganar elecciones; en Cambio Radical, ante la victoria de los barones electorales de la Costa, renunció su director, el hijo de Galán, honrando la memoria de su padre, y el nuevo director –también huérfano de un mártir de la democracia- no dice nada; en el partido Conservador, el joven director traicionó las esperanzas de renovarlo y justificó con argucias legales avales cuestionados.
En el Partido Liberal algunos apoyan esos avales y otros no, pero en la confusión de una dirección de 12, se dilatan decisiones claves como el aval para el candidato a la alcaldía de Cali. Ante a dos candidatos que no convencen por su trayectoria o padrinos, la dirección Liberal debe atreverse a no avalar a ninguno.
Si los partidos se arriesgan a dar avales en blanco, puede ser más efectivo el voto en blanco para sanear la democracia.
Comentarios ()