Columna


¡Ay! mamá

ROBERTO BURGOS CANTOR

09 de agosto de 2014 12:02 AM

Un efecto devastador de las malas noticias, parece ser la sensación extraña y desolada que deja en quien la recibe. Si es al amanecer, para quien es abandonado por el sueño con las primeras luces, siente el desconcierto de creer hallarse en un tiempo repetido o haber dado una vuelta atrás de los días y la vida.

Parece que algo esencial en las personas y en la sociedad se encuentra atascado por artes de la repetición inmisericorde de faltas, delitos, pecados, conductas reprochables.

La gama del horror muestra un inventario inclasificable.

Todo está extraviado. La regla jurídica y el precepto religioso. La cívica y el instinto natural de reconocer en el otro a un semejante.

Las nociones de gravedad y levedad, pecado mortal y pecado venial, infracción y la insuperable ignorancia, desaparecieron como elementos de consideración de la conducta. Apenas si sirven para el análisis o el rechazo, y la única sombra que llega a los ciudadanos y a los menores de edad, es la posibilidad de escándalo que logran los medios de comunicación, con sus virtudes y sus limitaciones.

Por supuesto, la inmediatez de la noticia y la ardua construcción de una verdad, procesal o verdadera, hace de la justicia un paquidermo al cual se le confía el transporte de vacunas para mitigar una epidemia peor que las pestes de antes.

Las sumas, si pueden llamarse sumas, las montañas de dinero de los señores de la droga, humildes, clase media, y los herederos del pícaro antiguo, disfrazados de congresistas, de financieros, de comerciantes, sorprendieron a un país de modesto desarrollo, de temeroso progreso cuyas obras más grandes eran los estruendos de sus fracasos. Panamá, sin duda. Un litigio sin solución con Venezuela, también.

Ahora los minúsculos robos que condujeron a la quiebra a la Caja Agraria, que destruyeron la planeación urbana, que se aprovecharon de las divisas, que raparon los impuestos y fueron amnistiados, el contrabando en serio, todo ello, casi insignificante comparado con los delitos de hoy. Crímenes contra ilusos particulares y contra todos al apropiarse bajo formas de torpe ingenio de los recursos públicos.

Las maneras del crimen tienen una sofisticación que despierta solidaridades. Las comunidades religiosas y la romería de pobres que ponen flores y velas en la tumba de Pablo Escobar. Las dolencias de cocodrilo con quienes en ejercicio de la función pública abusaron de sus competencias para beneficiarse. Esa idea de beneficio amplia y compleja.

Pero, si la noción de actualidad de la prensa es efímera, si la decisión del juez es anacrónica, cómo formar desde la escuela un criterio que nos rescate del aburrimiento y del asco ¿?¿?

*Escritor
rburgosc@etb.net.co

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