Columna


Aylan y Cecil

RICARDO TROTTI

12 de septiembre de 2015 12:00 AM

Ni los grandes avances como la exploración de Plutón o los retrocesos como la destrucción terrorista de los monumentos históricos de Palmira, tuvieron la fuerza suficiente para sacudir al mundo como dos pequeñas instantáneas tomadas en el lugar y momento oportunos.
Las fotografías de Aylan Kurdi, el niño sirio encontrado ahogado en las costas de Turquía y las del abatido león Cecil junto a sus cazadores en Zimbabue, demuestran que la humanidad se estremece y reacciona cuando tocan sus fibras más íntimas.

Aylan no es el primer niño sirio refugiado que muere, también falleció su hermanito dos años mayor que él y su madre; muchos otros perecieron ahogados cerca de Lampedusa en 2013 y decenas entre los 800 náufragos del Mediterráneo este año. Cecil tampoco fue el único león cazado, hay miles más en el mercado negro de trofeos de caza que mueve billones y que potencia la extinción de muchas especies.

¿Por qué entonces unas historias del montón de repente cobran vida, aceleran los tiempos, impactan la conciencia colectiva y se transforman en puntos de inflexión? Porque se trata de relatos simples y de comprensión rápida, de historias individuales que transmiten valores universales, que posicionan a la gente frente a su propio yo y a ponerse en los zapatos del otro, de ahí la invasión en las redes sociales de carteles indignados: “Yo soy Aylan” y “Yo soy Cecil”.

Las historias con nombre y apellido permiten a la gente identificarse con las víctimas y los débiles, con el sufrimiento y la indefensión. Fotografías como las de Aylan apelan a las emociones, crean movimiento y acción; otras, tal vez más dramáticas como las del desastre nuclear en Fukushima, solo afectan el raciocinio, creando algo de empatía y un poco de indignación.

De ahí se entiende que los europeos y sus gobiernos hayan reaccionado ahora por la foto de Aylan y no antes con las historias de 4 millones de sirios que vienen buscando refugio desde 2011. Aylan abrió el corazón de los burócratas o avergonzó a quienes debieron actuar para calmar la indignación. Por una u otra causa, Alemania anunció asilos masivos, y en las calles de Austria, Suiza o Italia, las caravanas de refugiados encontraron compasión y ayuda samaritana.

Aylan apeló a la Europa más empática, caritativa y generosa que ni siquiera había podido mover el papa Francisco desde que pronunció aquel discurso desgarrador a favor de los refugiados en su visita a Lampedusa. Aylan, de golpe y porrazo, destrozó los mensajes xenofóbicos de nacionalistas y proteccionistas.

Cecil conmovió de igual manera. Un solo león fue capaz de contar una historia mucho más fuerte que la quema de millones de toneladas de marfil que se le confisca anualmente a los contrabandistas o que la del rey Juan Carlos durante su caza furtiva en las praderas de Botsuana. Cecil dejó de ser león, convirtiéndose en un mensaje que desnudó la capacidad destructora del hombre frente a la Creación. Más que eso, sirvió para achacar el uso del dinero para comprar, explotar o destruir cualquier cosa que le viene en gana, desde vida silvestre, a esclavitud laboral o prostitución infantil. Cecil gritó contra la arrogancia y la corrupción.

trottiart@gmail.com

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