Columna


Beatriz Castell

CARMELO DUEÑAS CASTELL

25 de noviembre de 2015 12:00 AM

Beatriz Portinari nació en 1266 y vivió 23 años. Al parecer tuvo solo dos encuentros con Dante y bastaron para ser la musa de la Divina Comedia. Beatriz, en latín, significa bienaventurada, que trae alegría y felicidad.

Mi Beatriz siempre tuvo una sonrisa luminosa como regalo para todos. Su sentido del humor me llegó como una ráfaga, aún muy niño, de la mano de Les Luthiers. Esa noche de sábado me enseñó a reír a carcajadas hasta las lágrimas. Los famosos músicos lo dijeron y ella lo practicó: “El buen humor no necesita malas palabras, sino inteligencia y suspicacia”.

Siendo una interiorana de Cundinamarca enseñó a sus costeños, hijos y nietos, a nadar y amar a Cartagena. Durante hermosas veladas, con piano o acordeón, acompañaba la voz de tenor de mi padre. En los pasillos de mi memoria resuenan los ecos del “Jamás te olvidaré”, de Chucho Avellanet: “Jamás te olvidaré, te lo puedo jurar, jamás me cansaré por ti de llorar… y hasta que llegue el fin, jamás te olvidaré”. Pasión por música tan diversa, desde tangos borrascosos, Noches de Ipacaraí, Sinatra, su ídolo, hasta los nocturnos de Chopin.

Estudiar en la Universidad de Nueva York, cuando el lugar de la mujer era la casa y la cocina, le dejó una visión liberal y ecléctica, un amplio conocimiento de idiomas y bagaje culinario para el mejor “pie” de manzana. Con una hermosa y vetusta Olivetti, luego un computador y apoyada por McGraw-Hill, Interamericana y Distribuna, escribió libros de mecanografía, contabilidad, gramática, y tradujo muchos otros de español a inglés y viceversa que aún hoy son de obligatoria consulta, hasta en medicina crítica, en varios países de América latina. Por décadas tradujo importantes documentos para prestigiosas empresas de la región y del país.

Su liderazgo de 30 años en el Colegio Mayor de Bolívar, 10 de ellos como rectora, con su mentora, doña Mercedes de Aldana, consolidaron programas en turismo con énfasis en idiomas. Eso y la continuidad de quienes siguieron la brega le granjearon un mayor reconocimiento a la institución. La prueba, centenares de egresados trabajando en el país y el exterior.

Modesta en demasía, nunca publicitó premios y reconocimientos, entre ellos el Premio Nacional de Educación a toda una vida dedicada a la docencia. Docencia de todos los días de su vida, muy seguramente teniendo en mente el hermoso jazz de Thiele y Weiss: “Escucho bebés llorar, los veo crecer, ellos aprenderán más de lo que yo jamás sabré y pienso para mí mismo, Qué mundo maravilloso, sí, pienso para mí mismo, Qué mundo maravilloso”. Esa canción y su nombre la describían perfectamente: su amor por las cosas simples, su inveterada esperanza, su eterno optimismo, su conciliadora dulzura y su sempiterna intención de dar alegría y felicidad.

*Profesor Universidad de Cartagena

crdc2001@gmail.com

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