Columna


Buena suerte

AUGUSTO BELTRÁN PAREJA

14 de enero de 2017 12:00 AM

Estamos en un 2017 inquietante desde que unos episodios nos estremecieron cuando se resistía a morir el año pasado.

No obstante la ciudad, se llenó de visitantes. Junto a magnates, politicastros y lagartos, regresó la avalancha de turismo “sanduchero”, y algo peor, una oleada de “nuevo riquísimo” con sus súper hembras en tanga. La faltriquera repleta y detalles estrambóticos los pavoneaban desafiantes, al eructar sus excesos de liquidez.    
También estuvieron los entrañables cartacachacos que suelen regresar a respirar ocasos, paladear matarratones florecidos y tamarindos agridulces para el vivificante romance con las raíces, y así soportar durante un año la caótica megalópolis de Bogotá. 

Hoteles y restaurantes de todo precio debieron tener muy buenos ingresos. Como siempre excesivamente llenos y con demoras en el servicio.

Disfrutamos a plenitud la nostalgia y la alegría de los más bellos días. Logramos olvidar pesados compromisos recién decretados y los miedos ancestrales que siempre nos ha inspirado el futuro. Mediante báquicos excesos incorporados a cristiana celebración eludimos, por un rato, amargas responsabilidades.

Nos ayudaron las tradicionales reuniones con familiares y la mayor cercanía de libros viejos que son parte del alma, así como la dulce armonía de la música que borra presagios, y mitiga angustias.  

Comenzamos a salir del asunto al sentir el referente que combina anhelos y supersticiones; nos parecían molinos de viento o caballo de Troya, para unos y maquinas de tormento para otros.

Ese maldito IVA que lacera hasta cuando intentamos respirar un adarme de aire fresco. Alzas no solo en la gasolina sino en los artículos de primerísima necesidad, y si faltare algo, se suma la molestia de los contadores de Electricaribe que caminan con celeridad, así no haya consumo.

Quiera Dios que no vayan a resurgir los atropellos violentos de unas fieras sin jaula, que se sienten dueñas del circo, mientras estamos aplaudiendo payasos y espectadores. Pero la hermosa Candelaria, protectora de los pobres tendrá que fortalecer a sus hijos que pagarán mayores impuestos aunque ganen menos dinero, trabajando más tiempo y con mayor intensidad.

Ahora para amortiguar el impacto de tantos problemas nos refugiamos en el festival de la gran música que hoy vivimos, y que nos lleva al verso del prólogo del  Wallenstein de Schiller, que como todos los epigramas de ese tipo, su significado apenas es algo intermedio entre “La vida es seria; el arte, alegre” y “la vida es trabajo; el arte, juego”.

Seguiremos con el sueño de la firmeza y corrección que se requiere para dirigir el Estado, sin descuidar la sensibilidad social. Que mientras nos desperezamos, luces y fuerzas no nos falten. Y también tengamos algo que mucho vamos a necesitar... Buena suerte.

Junto a magnates, politicastros y lagartos, regresó la avalancha de turismo “sanduchero”, y algo peor, una oleada de “nuevo riquísimo”  (...)

Pero la hermosa Candelaria, protectora de los pobres tendrá que fortalecer a sus hijos que pagarán mayores impuestos aunque ganen menos dinero (...)

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