Columna


¿Calidad no garantizada?

ROBERTO FORTICH MESA

20 de marzo de 2015 12:00 AM

Si usted es padre de familia tarde o temprano deberá decidir en cuál de las 296 universidades del país pagará $40 millones de pesos, en promedio, por la carrera completa de su hijo o hija. Y, al hacerlo, tropezará con el problema de no saber con certeza cuáles de ellas ofrecen mayor calidad.

Dos señales de alarma de que una universidad tiene problemas de calidad son que el Ministerio de Educación la intervenga por malos manejos o que sus egresados se estrellen al llegar al mercado laboral.

El primer caso es raro, dado que las instituciones de educación superior están amparadas por el derecho a la autonomía o simplemente porque la ley no le da “dientes” al Ministerio para intervenirlas. 

Sobre el segundo caso, en cambio, recientes informes indican que es un problema más grave de lo que se creía. Por ejemplo, una encuesta de seguimiento a graduados hecha por el Observatorio de Educación Laboral (OLE) encontró una alta proporción de recién graduados que no consiguen empleo por carecer de suficiente experiencia laboral.

En teoría económica, estas llamadas fallas de mercado se pueden intentar solucionar mediante una garantía. Si usted compra un televisor y resulta que no funciona después de dos años de “experiencia”, puede reclamar a la empresa amparado por la garantía. La empresa admite que el producto es defectuoso y le devuelve el dinero o reemplaza el producto por uno nuevo.

Con la educación nadie se atreve a garantizar calidad. Aquella universidad que devuelva el dinero de la matrícula a quienes no hayan quedado satisfechos probablemente no se sostendría financieramente.

¿Qué se puede hacer, entonces, como sustituto de dar garantías? Un ensayo valioso fueron las pruebas ECAES, exámenes de conocimientos para alumnos de último año de carrera que permitían medir la calidad por resultados. Inexplicablemente, el Gobierno los tumbó, reemplazándolos por las poco informativas “Saber Pro”.

Otras soluciones son el otorgamiento de registros calificados a programas y la acreditación institucional. Aunque son esfuerzos importantes, producen mucha confusión entre padres de familia bombardeados por la radio y la prensa por anuncios de largos registros del ICFES.

Por suerte han aparecido nuevas formas de medir calidad, como las medallas digitales por logros concretos de aprendizaje (manejo de un software, por ejemplo), y la creación de páginas web en que los estudiantes califican a sus profesores públicamente. Corresponde al Ministerio de Educación evaluar si estas innovadoras herramientas se pueden aplicar en el país.

*Profesor de la Facultad de Economía y Negocios, UTB 

COLUMNA EMPRESARIAL
rfortich@unitecnologica.edu.co

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