Columna


Carne

“Los boletines científicos han modificado esas advertencias al recomendar, “sin excesos”, la necesaria presencia de carne en la dieta del ser humano”.

AUGUSTO BELTRÁN PAREJA

19 de enero de 2019 12:00 AM

La carne siempre ha tenido enemigos poderosos. Místicos y teólogos la situaron a nivel del demonio y del mundo.

Los bovinos tuvieron poca importancia en las secas breñas de la Hélade, que necesariamente se inclinaban por ovejas y cabras. Hasta en los estrambóticos fastos de la Roma Imperial fue relegada por mariscos, ocas y faisanes. Cristo escogió como discípulos unos pescadores, porque la dieta del pueblo de Dios oscilaba entre peces y corderos. Su presencia persiste en oraciones y rezos. Aunque también hubo una vaca en el pesebre.

La evolución humana nos llevó al bipedismo y al lenguaje a través de un crecimiento del cerebro. El consumo de proteínas de alta calidad en dietas que contienen carnes rojas propició ese fenómeno. No hay que ser Darwin para comprender que el consumo de carne ha contribuido a la evolución de la inteligencia humana. El tracto digestivo humano evolucionó a omnívora condición. Parece que con la modificación de su dieta los seres humanos fueron logrando intestinos más pequeños y cerebros más grandes. La carne reemplaza al pan, y las harinas. Ahora se impuso una tesis que asocia altos coeficientes de inteligencia con la ingesta de proteínas cárnicas.

También padecimos la moda del colesterol que abominó de la “carne roja”, y la muy recomendada sana y elegante costumbre de comer vegetales, que propició dolorosos extremos de anorexia.

Los boletines científicos han modificado esas advertencias al recomendar, “sin excesos”, la necesaria presencia de carne en la dieta del ser humano. Especialmente en la infancia.

Mientras unos países imponen rigurosa control a la natalidad, en otros, nos damos el lujo de incrementarla con necesarios subsidios a la prole en programas sociales de innegable bondad.

Por temor a la escasez de las reservas acuíferas habrá que reducir su necesario consumo.

Así las cosas, vamos a terminar en un régimen de terror que prohibirá comer carne bovina, beber agua, y hacer el amor por las repercusiones que ello trae.

Pero nada más abusivo cuando el gobierno anterior combatió los estímulos que se establecieron por medio de ley: unos parafiscales que pagamos todos los ganaderos, para beneficio y protección de la ganadería colombiana, administrados durante más de veinte años por Fedegán sin reparo alguno. Fueron intervenidos, para ejercer retaliación a un gremio que cometió el pecado de disentir de un gobierno “democrático”.

Las consecuencias: la preservación de la sanidad antiaftosa se acabó, y se perdió la aceptación de la carne colombiana en importantes mercados internacionales.

Ahora surgen minúsculos gremios ad hoc con la pretensión de manejar esos recursos. Por fortuna el Gobierno preservó la institucionalidad y restituyó un programa pecuario adecuado.

Bien por el Gobierno, prudente y justo.

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