Columna


Carta al niño Dios

JORGE RUMIÉ

12 de diciembre de 2014 12:02 AM

Se equivocan quienes piensan que los humanos son los únicos autorizados para escribirle al niño Dios. Ayer, nada más, recibí una copia de la carta que la ciudad de Cartagena le escribió. Suena extraño, pero fue así. Para aquellos que quieran entenderla, les recomiendo buscar un diccionario sobre la lexicología local. La carta dice lo siguiente:

Mi estimado niño Dios, perdóname que no te haya escrito antes, pero he estado muy ocupada con tanto bololó en mi tierra. La verdad, no descanso. Para que tengas una idea de cómo es el berroche por aquí, te voy a relatar solamente mis dos últimos días: imagínate la sambumbia… un día me levanto y me encuentro con el embeleco ese del chikungunya que tiene a media ciudad con fiebre y la otra llena de ronchas rapés. Como si fuera poco, ya en la tarde –de gratis- me llega un príncipe inglés más empeluchado y aguajero que camaján con fundillo racamandaca, y para terminar de rematar lo teníamos que atender con toda la mandarria que imponía el monicongo. En la noche, cuando pensaba que estaría leyendo tranquila con mis espejuelos nuevos, no friegues, se me destapa el zambapalo nacional de los caballos cocheros muriéndose de filomena. ¿Y sabes por qué? Hombre, mi niño Dios, por la pura cujidera de unos pocos en una tierra que no tiene fama de ser truñuña. 

Pero déjame seguirte con el cuento: ya en la mañanita, luego de esa noche en vela, me aparece un nuevo julepe con un tipo medio tostado y espelucado que apareció dándole unos manducazos a la placa que puso la alcaldía a los pies de Blas de Lezo. Y después, cuando pensaba que podía jondearme entre la flojera de mis pensamientos -que vaina- de pura ñapa me cae la chambonada del túnel de Crespo y el joropín con esa loma añuñía sobre la Santander. Hombre, te digo, mi niño: ¡hay que tener cañaña para aguantar tanto!

Pero bueno… tú disculpa por tanto berrinche, pero ajá… no hay como quejarse ante alguien que tiene sus corotos bien acomodados en el cielo. En todo caso, los regalitos que quería pedirte eran tres. El primero sería que ilumines a mi gente en los días de elecciones. Si votamos todos a conciencia y elegimos buenos gobernantes locales, estamos salvados. Te lo aseguro. La segunda cosita era también para implorarle a mi gente que paren de hacer tanto estudio de ciudad o tanta visión futura de planes imaginarios.

Recuérdales, por favor, que lo que estamos necesitando aquí es más gestión, ejecución y sacar adelante los proyectos que todos conocemos. Y por último, mi niño Dios, no se te olvide –ajá- mandarme un pedazo de enyucado con su respectiva uva Román. Feliz navidad a mi gente.

jorgerumie@realsa.co

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