No puedo equiparar el concepto de vacaciones con agonía e incomodidades. El mundo al revés, sucede en esta ciudad cada vez más parecida a Macondo, la que se creía una ciudad mágicamente irreal. A Gabo lo tildaron de escribano cuando presenciaron nuestras disparatadas escenas y en su defensa se dice que la realidad siempre supera la ficción, al punto, que seguimos sorprendiendo todos los días con nuestra capacidad de reinventarnos en una ciudad que no deja espacio para nosotros.
Y curiosamente a la gente le gusta usar el adjetivo de “mágica” cuando se refiere a Cartagena. ¿Será un halago o la descripción más exacta para explicar cómo coexiste la miseria y la opulencia en el mismo metro cuadrado, mediando muchas veces una sonrisa? Es más lógico creer que esto se da por arte de magia que por sumisión.
Y me pregunto si esa sumisión es producto de un sistemático servilismo, de una histórica esclavitud, de si el fusilamiento de los mártires fue el fin del espíritu heroico, heroísmo por el que se conoce a esta ciudad, pero donde ahora los héroes andan desaparecidos o su poder quedó enclavado en la subsistencia antes que en la transformación.
Temo que un día esas sonrisas se conviertan en balas y medie una violencia distinta a la de hoy, cuando se comen manjares frente al hambriento y éste se resigna a botar las migajas que ansía comerse, como un actor inerme de la miseria humana. Entonces seremos salvajes. Pero ¿no es acaso salvaje el desprecio y la indiferencia con la que aquellos millonarios interpelan al pobre, negro y esclavo, de quedarse allá, afuera, en su lugar?
Crear la campaña Cartagena Mía nos llenó de ilusión frente a lo que creemos es una ciudad robada, perennemente sitiada, sin embargo, lastimosamente el eslogan estaba incompleto. La realidad lo complementa así: “Cartagena mía cuando no haya nadie”. Y mientras generamos esa exclusión, destruimos el sentido de pertenencia necesario para la construcción de una cultura ciudadana que cuide, respete, defienda, valore y recupere esta ciudad enajenada.
Han sido unas vacaciones en las que el sol en lugar de brillar es el tormentoso complemento para un trancón descomunal, es el faro de la anarquía total. La autoridad es invisible y el desgobierno palpable. Un tráfico caótico donde motos, buses, autos, bicicletas, coches, carretillas, burros, caballos; carritos de helado, de cocteles, de raspaos, etc. y las “innovaciones” para pasear sobre ruedas, hacen del recorrido una exótica forma de movilidad extrema. La podemos ofrecer en los paquetes turísticos: “Venga, viva la experiencia de una movilidad extrema, fortalezca su paciencia, resistencia y autocontrol al tiempo que intenta trasladarse de un lugar a otro”.
Todo se vende en Cartagena y se vende caro, hasta la consciencia. Los empresarios de los espectáculos lo saben, por eso quizás no les preocupa la alharaca de los funcionarios sobre los permisos a sus eventos y venden sus boletas aún sin tenerlos, porque al final, ellos tienen con que pagar las “inconveniencias preliminares” que se subsanan de un momento a otro sin mayores explicaciones.
Este mundo al revés, es nuestro mundo real, así recibimos el año nuevo, reafirmando lo que somos: desiguales, excluidos, anárquicos y corruptos…; y por supuesto, mágicos para sobrellevarlo.
* Comunicadora social-periodista
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