El título de la columna va dirigido a quienes desde el Distrito de Cartagena, y en ocasión de sus acciones u omisiones, aliados con inescrupulosos empresarios, han saqueado la ciudad y que planearon como robársela, según palabras del periodista, Mauricio Gómez, en el Canal Uno.
El saqueo de Cartagena no es excepcional, invade al país, al cual no escapa casi ninguna entidad estatal, convertidas en fuentes de enriquecimiento ilícito, en el que participan el sector público, actores políticos, empresas transnacionales, sociedades comerciales, entre otros.
La corrupción público privada tiene nombre propio, es un consenso criminal que compra parte del Estado, apoyado por bandas que financian las campañas electorales, estas capturan alcaldías, gobernaciones, entidades descentralizadas, ministerios, permean y penetran las ramas del poder público.
La corrupción público privada, resulta protegida por la disfuncionalidad del Estado y por un conjunto de normas que permiten su fácil violación, ejecutada por funcionarios y contratistas especializados, amantes de la ambición y la codicia que actúan de la mano de poderosas mafias.
La realidad planteada por el periodista Mauricio Gómez demuestra el aumento progresivo de la deshonestidad público privada, hechos suficientemente conocidos por la ciudadanía cartagenera, denunciada en el pasado por distintas organizaciones sociales, líderes comunitarios, veedurías, medios de comunicación, dirigentes políticos del orden local, nacional e internacional.
El ejercicio de la inequidad y de la corrupción como formas de ejercicio de funciones públicas y privadas es pandemia nacional y distrital, causante de todas las pobrezas, generadora de desesperanza e impotencia colectiva, que por esos motivos podrían constituirse en mortal amenaza para su combate, patrón cultural y norma de conducta colectiva.
Evitar la catástrofe, implicaría, compromiso de reiniciar un proceso de apropiación de la ética, como ciencia de lo correcto, de la mano de una pedagogía moral que reconstruya al Estado, la familia y a la comunidad en todas las latitudes.
La integridad moral que propongo suena fantasiosa, podría considerarse una quimera, con todo, creemos que si nos ocupamos de los problemas, aflorarán resultados. Entonces creo que esa didáctica debe ser más que eso, debe ser acción que transforme la miseria, la pobreza en oportunidades de bienestar, garantice los derechos fundamentales, económicos, sociales y culturales.
El momento es difícil, está lleno de obstáculos, porque aunque no han caído en masa los peces gordos, hemos de recordar los esfuerzos que se han realizado, por ejemplo, en el periodo de 2009 a 2016 fueron sancionados 1517 alcaldes y 1111 concejales por la Procuraduría General de la Nación. Escandalosa cifra que denota las instituciones en donde se han ubicado estos bandoleros.
Mientras el pueblo vive en la miseria, los corruptos viven en el paraíso, por cuenta del robo que hacen de los dineros de todos los colombianos los delincuentes de cuello blanco, que depositan en países donde funcionan legalmente los llamados paraísos fiscales, territorios que sirven de recipientes financieros a las mafias de distinto orden.
“Si este saqueo indiscriminado no se detiene, Colombia seguirá siendo un pozo de dolor sin límite. El pueblo seguirá en ruinas, mientras gobernantes reparten y están repartiendo pobreza por todas partes”, dice William Ospina.
La lucha contra la corrupción está en marcha, por tanto, aún, no se ha perdido la guerra, todavía hay mucha gente que desea cambiar este estado de cosas.
Adenda:
1. El combate de la corrupción en Cartagena, requiere especial atención. Es necesario fortalecer los organismos de control local. La palabra la tienen el fiscal general, el procurador general, la contraloría general. La sociedad civil estará dispuesta a respaldarlos, mientras se hacen los cambios estructurales.
2. Los sectores sociales que de alguna manera y por distintas circunstancias se han equivocado, respaldando a los corruptos en los procesos electorales, tienen la oportunidad de cambiar de actitud, en los eventos por venir.
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