Columna


Caterine de Apartadó

PADRE RAFAEL CASTILLO TORRES

25 de agosto de 2013 12:00 AM

El día en que Caterine Ibargüen se coronó campeona mundial del salto triple en Moscú,  la Diócesis de Apartadó celebraba sus 25 años dando gracias por el don de la fe y el compromiso evangelizador y solidario de tantos hombres y mujeres en ese Urabá, paisa y chocoano, que no renuncia a ser la mejor esquina de América. Es precisamente aquí, lo que hoy es Necoclí, donde Enciso y Balboa, habiendo llegado al Golfo de Urabá, en 1510, fundaron Santa María de la Antigua del Darién, primer poblado de América en tierra firme.
Es el bohío del cacique Cémaco, convertido en capilla, el primer lugar de culto dedicado a Nuestra Señora patrona de ese territorio. “El salto de Caterine ha sido el salto cualitativo de esta Iglesia diocesana”, dijo el señor Nuncio en su saludo a la Iglesia de Apartadó. Un salto sostenido, digo yo, por la sustancia eclesial de Monseñor Isaías Duarte y por la entrega, generosa y callada, de monseñor Germán García y de varios sacerdotes martirizados en las horas difíciles de esta Iglesia hermana. En Urabá, paisas, negros, indígenas y costeños, construyeron el vocablo urabaenses, que en lengua katía significa “La tierra prometida”, lo cual es muy cierto: su gente es amable y acoge con la sonrisa que le conocemos a Caterine; son comunidades que miran al Gran Caribe pensando en el Pacífico; es la región bananera y platanera más importante del país; es despensa de mercados internacionales; es un territorio donde se come sabroso y la palabra belleza no alcanza a definir lo que contiene. 
Allí nació Caterine, la  joven que nos viene dando lecciones de lo que es el equilibrio, la autodisciplina, el sacrificio, la sobriedad y el sabernos relacionar con los demás de manera honrada. Es decir, sin hacer trampas. Sus triunfos nos hacen trascender la simple actividad física y el alto rendimiento para encontrarnos con lo que es más importante: la salud interior de una buena muchacha. 
Quienes la hemos visto, desde Londres, interactuar con su entrenador y la delegación de Colombia, nos hemos percatado de que hay algo en ella que es mucho más que sus condiciones y su preparación física. Son las virtudes que la distinguen y que están detrás de sus resultados: entendimiento, colaboración y capacidad de amistad y de diálogo como bases de un rendimiento eficaz.
Frente a las búsquedas que tenemos como país y como sociedad veo en ella a una mujer que antes que tener una muy buena condición física y un estupendo salto es una persona en grado de trascender cualquier reducido condicionamiento en virtud de su inteligencia y de su libertad. Ella ha sido capaz de demostrar, saltando, lo que objetivamente está de acuerdo con la justicia, la verdad y el bien: no sacrificar la mujer por la deportista.

Padre Rafael Castillo  T.
 

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