Lo que nos tocó en suerte es difícil de digerir. De origen, en la Conquista el poder político nace como mercancía -y como fue en el ayer- propiedad personal de quien hoy lo compra o lo gana.
Esa herencia perversa la impuso con su sello de crueldad y deshonestidad Pedro de Heredia, premiado con la cohonestación y homenajeado con el olvido de su maldad.
La impunidad tan impuesta ha blanqueado sepulcros y a seres afamados, unos de tradición política, otros de contratación y dineros legalizados con silencios comprados, miedos, indiferencia social y uno que otro arreglo judicial.
Los poderes grupales o empresas electorales, con excepciones, impusieron la conducta social de callar frente a su consolidación y ejercicio clientelista e ilícito del poder, defendido y hasta rodeado por sectores altos, medios y populares. Modelo rentable y con posibilidad de repartir recursos y cargos, han sido movilizadores sociales apadrinando fichas en espacios de poder, generando participación, empleando, pagando servicios o decisiones y compartiendo licitaciones. Son empresas electorales enriquecidas privatizando lo público, moviendo lealtades y capacidades, integradas por generaciones de abuelos, hijos y nietos, profesionales al servicio de las casas políticas enquistados en la administración pública.
Legitimados en los partidos y dueños de votaciones y gente en el poder local, se impusieron y volvieron socios destacados a sectores del empresariado local y nacional. Con ellos comparten negocios, complicidades activas o pasivas.
El modelo resiliente y nepótico hizo virtuoso bajar la cerviz, acomodarse para crecer hombro a hombro o bajo su sombra.
Sin ser omnipresentes se relacionan con los poderes nacionales, manejan intereses e influencias, elevan o quitan protecciones, se mueven en los límites y torean los conflictos.
De no ser por la acción de la Fiscalía la usurpación del primo JJ del cargo de alcalde seguiría siendo aceptado por la sociedad y funcionarios, y justificado por sus socios como derecho de administrar el trofeo y cobrar para pagar la inversión. Caído Manolo ya está solo.
Ante la evidencia del concierto delictivo para repartirse la contraloría Distrital, impresiona que sean capaces de afirmar que no es corrupción sino cabildeo natural, porque “siempre se ha hecho así”.
El maridaje de élites y clase política es causa de la crisis y la exclusión. Las empresas electorales claves en la victoria del populismo llamado “Manolo”, tienen que ser investigadas como corresponsables de la debacle.
Muy bien que el alcalde (e) ante los concejales sub judice sentencie que “la crisis institucional es resultado del accionar desordenado y voraz de nuestras élites económicas, políticas, sociales y funcionales que durante años han considerado que lo público puede ser una empresa para el enriquecimiento personal y el de sus allegados”.
Lo sucedido debe conducirnos a unir fuerzas para profundizar esta derrota del clientelismo y su corrupción. Enterrar la herencia de Heredia exige decisión, más denuncias y sanciones. Fortalecer la democracia lo exige.
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