Columna


Comadres alocadas

ROBERTO BURGOS CANTOR

06 de abril de 2013 12:00 AM

ROBERTO BURGOS CANTOR

06 de abril de 2013 12:00 AM

Alguien puede preguntar si fue así.
Se refiere a las escenas de dimes y diretes que a pesar de la semana santa, del humo blanco del Vaticano, del mar recortado y de la asunción a los altares de una santa colombiana, mantienen con inexorable desvergüenza algunos señores presidentes de la República.
Otro contesta que no. Afirma que antes los presidentes de Colombia tenían rudimentos de latín, habían sido monaguillos en su inviolada juventud ¿o no?, les daba brega la gramática pero les encantaba el buen decir, se enfermaban de viejos, y después de haber saboreado la miel de avispa del mando, comprendían la imposibilidad de gobernar y odiaban el poder. Los encontraban en las primeras sombras de la muerte, confundidos en los devaneos de un pasado confuso, en los pastos bajos de la tierra caliente, las neblinas sabaneras, las orillas del mar, o el caserón crujiente de la residencia de una embajada.
Por tanto se insultaban con sus contradictores en latín o en sonetos y alejandrinos y nadie los entendía. La paz pública no se alteraba. Menos con las citas de episodios ocurridos en los tiempos del imperio romano o del gallo de Pedro.
Ahora el hervor tardío de las glándulas que despierta el ejercicio del mando en los jóvenes con la marca de fealdad que impone el poder a quienes se le acercan, crea, para susto de la sociedad, un artefacto entre Frankenstein y barbie que chilla como iguana injertada con cacatúa.
Alguien pregunta: ¿Por qué ahora causa estropicio si tampoco se entiende?
El papagayo bisojo del Tuerto cacarea: la estridencia, los decibeles.
Ocurre: Son ruidosos en sus fuegos de artificio, no tienen la delicadeza de un pedo de mariposa sino el eructo de un león flaco.
Otro más inquiere por una solución para esta alteración de corneta rota.
Los presidentes de Colombia quieren gobernar mientras vivan. Habrá que reformar la Constitución y obligar a cada nuevo presidente a repartir el gobierno. Una parte que prosiga lo que el anterior y el anterior no concluyeron. Y otra para desarrollar sus programas propios.
Tal vez la mejor sea: cada vez que se insulten una ley los condene a citarse a duelo. Será obligatorio un curso de tiro. Así ese amanecer de magnum y padrinos y magistrados y doctores de pompas fúnebres, el temblor del pulso, la conciencia, no los hará fallar.
Si no, que les quiten la pensión y los manden a trabajar al campo, que alivia el alma.

*Escritor

rburgosc@etb.net.co

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