Aquel general presidente de una republiqueta caribeña, ese hijo de Bendición Alvarado, de “El otoño del patriarca” de Gabriel García Márquez, le tenía miedo a ser visto por las multitudes; en sus apariciones fugaces en el balcón presidencial contemplaba los tranvías, “el trasatlántico misterioso que atravesaba el centro de la ciudad” y “los veleros de parches remendados que fondeaban en el antiguo puerto negrero”.
Como el hijo de Bendición Alvarado, nuestro gobernante se asoma a la ventana del salón Vicente Martínez Martelo y atisba el bus misterioso que pasa por la avenida. Lo mandó a instalar frente a la muralla para ilusionar a su pueblo con la operación de un moderno sistema de transporte. Recuerda, seguramente, aquel pequeño tren de pilas de su infancia, que no dejaba tocar de otro.
Quiso que el nuevo juguete fuera solo de él; encaprichado pretende inaugurar antes de irse para ser recordado, sin importarle que no estuviera listo para operar. Dándose cuenta de que todo era ficción, como en la obra de Gabo, el verdadero presidente de la república se corrió del foforro que el alcalde montó. Le tocó consolarse con quien se “inventó”, y vendió por toda Colombia, este modelo de transporte. Por fin encontró con quién tomarse la foto.
En esas, no ha tenido tiempo de percatarse del drama ocasionado a la muchedumbre por las medidas de tránsito tomadas para ver su juguete en la calle. La peor noticia de esta semana es el suplicio al que sometieron a los cartageneros, tanto los que usan bus urbano y tienen que llegar o pasar por el centro histórico, como los que andan en vehículos particulares. Los cambios viales a la fuerza recuerdan a los gobiernos autoritarios a los que la gente no les importa. El interés de quién lleva el bastón de mando del régimen está siempre por encima del interés general.
Caminar desde San Felipe o Chambacú hasta el centro, con sus altas temperaturas, es un acto de heroísmo. Y qué decir de la enorme congestión vehicular ocasionada sólo porque el gobernante quiso guardar la foto en su álbum de recuerdos. La gente ha sido maltratada por sus medidas, ¡recuérdelo señor alcalde!
El tirano en pleno otoño exclamaba que Bendición Alvarado no lo había parido para hacerle caso a las pitonisas sino para mandar. Tal cual, como en una republiqueta del Caribe, nuestro gobernante sabe para qué es el poder.
Las medidas han permitido ver las calles históricas desoladas, sin la muchedumbre mulata, para que los turistas las disfruten más, como unos pocos las desean. Alejar esa gente del centro parece ser el propósito. Es el temor a los pardos que sintieron las élites decimonónicas; el mismo temor del patriarca.
*Columnista semanal
albertoabellovives@gmail.com
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