Columna


Como los de Picasso, los ojos de Pretelt vieron lo que otros no

CARLOS VILLALBA BUSTILLO

28 de agosto de 2016 12:00 AM

En El Tiempo del lunes 22 de agosto el señor Jorge Pretelt dijo, sin sonrojarse, lo siguiente: “…mi dignidad vale más que el miedo de ser suspendido”. Pronunciada por un magistrado a quien le revocaron su elección como presidente de la Corte por un hecho desdoroso, y se atornilló ahí a pesar de la afrenta, resuena ahora, más que como un sarcasmo contra sí mismo, como un alarde de desvergüenza. 

El presidente de la República, dos ministros, los medios de comunicación y amigos sinceros de él, le hicieron ver al señor Pretelt que capeara la tormenta que desató su lío con Fidupetrol sin la investidura, a fin de que su presunta infracción no repercutiera en contra de la Corte y de la Rama Judicial, pero no entendió que debía ser digno. Había descubierto que la acción de tutela, además de amparar derechos fundamentales, podía tener resonancias metálicas en aquellos casos en que las condenas cuantiosas proferidas por otras Cortes hallaran desmonte en la Constitucional.

Como los de Picasso, los ojos de Pretelt vieron lo que otros no veían y arrancó a poner en práctica su interpretación extensiva y picassiana, lamentablemente para no perder de vista la taquilla que instaló en torno a un articulito clave de la Constitución. Cinco tutelas, de las 37 que cercó con tenazas de hierro, tendrán capítulo aparte en los manuales de historia: la de Fidupetrol, claro; la de Recaudos y tributos, engavetada por un año a un costo de $20.000 millones; la del patriarca de la tribu Lyons, padre del gobernador de las hemofilias cordobesas; la del cacique Pestana, y la de la firma constructora de Barranquilla que entregó más grietas y goteras que paredes y techos a sus burlados compradores. Fines más nobles merecía el despliegue de esa malicia veloz que le vino al suspendido del oriente levantisco.

Pretelt ha sido más librero que lector. Por estar más pendiente de las ventas en su librería Domus libros, que de la lectura de los textos inmortales, no leyó las Obras selectas de Alzate Avendaño. Le habrían evitado la desgracia. Decía Alzate: “El hombre público tiene que escoger entre la riqueza y el poder… Las grandes figuras nacionales prefirieron siempre el honor al beneficio, la gloria al dinero…” Eran tiempos –concluía Alzate– en que la vergüenza pública, por los tratos simoníacos, atemorizaba más que el moroso trasegar de la justicia.

En El Tiempo del  3 de agosto pasado salió una foto con un mensaje subliminal contundente. Aparece en ella el magistrado Pretelt con un agente de policía que lo toma por el brazo izquierdo, mirándolo a la cara, mientras Pretelt, mirando al piso, muestra sus manos muy juntas, como si estuvieran esposadas. Ese documento gráfico es la representación perfecta de la deuda que un magistrado estólido tiene con la sociedad colombiana

*Columnista

carvibus@yahoo.es

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