Columna


Cómo pasan los años

ROBERTO BURGOS CANTOR

17 de agosto de 2013 12:00 AM

El 24 de enero de 1913, un periódico de Bogotá, nacional como llamaban a los de la capital para reafirmar las tiranías centralistas, su miope visión del país, su desconocimiento sin sanción, publicó una noticia: “Asaltan a modesto joven”.
En la noche iba Marco Aurelio Nieto para su casa. En una calle tres sujetos lo asaltaron y uno le pegó en la cara. Nieto es un joven humilde y modesto, dependiente de don Gonzalo Carrizosa en su tienda de licores donde sirve al público con mucha cultura.
El periódico pregunta “¿Hasta dónde nos llevarán estas situaciones?, ¿¡hasta cuándo!?”, con indignación y aprecio por los oficios humildes, y preocupado por la seguridad y la justicia. 100 años después no hemos respondido.
Una lástima es que el  periodista de intuición temprana ya nunca sabrá hasta dónde nos llevó ese asalto. El ¿hasta cuándo? dejó de ser un basta, es la vergonzosa desesperanza que soportamos.
A muchos nos estremece la empecinada saña de los maleantes al atacar a sus semejantes. Taxistas, vendedores de lotería, meseros de comederos con payaso de recepcionista, porteros de casas de citas, albañiles, fontaneros. Es difícil recordar el caso de un policía en una estación llevando a una niñita, hija de su compañero, al calabozo para violarla y matarla.
Quizá las situaciones a las cuales alude la prensa de 1913 nos condujeran al odio. A destruir al otro por no ser como yo. Por su entrega, a lo mejor ilusa, a un mundo sin horizonte definido, sin aventura de realización posible. Parecería que el mensaje consiste en que todos nos volvamos asaltantes y ultrajemos la cara del joven Nieto. Una manera de igualación mediante el odio: Sé mi igual, grita el delincuente, sé mi igual que los otros son peores que yo, y el peor-peor será el mejor. Estamos inmersos en las futurologías del cine, Mad Max y compañía.
Los pobres, los mismos pobres desde el de Asís, siguen el ejemplo de sus patronos y autoridades. La fundación de los mezquinos privilegios del robo: impuestos, divisas, servicios públicos, contratos estatales (¿cuál Estado?), impunidad.
Lo  más complicado es que nadie, ninguno parece comprender lo que ocurre. Ni el legislador, ni el juez, ni el gobernante. Los tres ladrones del joven Nieto a lo mejor podían ser reformados. Los de hoy, los que matan por un teléfono móvil o una valija, o los vendedores de droga en las puertas de los colegios y en las universidades, los secuestradores, no son sujetos de las antiguas doctrinas de corrección y resocialización.
Entre otras cosas porque este infierno no es sociedad.
*Escritor

rburgosc@etb.net.co

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