La paz, ese valor primordial que busca la sociedad colombiana y al cual aspira nuestro sistema jurídico, se concibe por la Constitución (art. 22) como un derecho y un deber de obligatorio cumplimiento.
Ha sido la palabra más usada en los últimos años por el Gobierno, por la oposición, por todos los colombianos, por el papa, por las Naciones Unidas, por gobernantes de otras naciones, a propósito de los muchos eventos de sangre en distintos puntos del planeta. Por regla general, la paz no se define. Se la presenta normalmente a partir de sus contrarios, o mediante términos que se supone son sus sinónimos: “ausencia de guerra”, “orden público”, “orden institucional”, “sujeción a reglas de convivencia; “calma, tranquilidad, serenidad”, “erradicación del terrorismo”, “lo contrario de agresividad y odio”, “trato magnánimo hacia el enemigo derrotado”, “armisticio”, “perdón”, “reconciliación”, “convivencia”. “Es la expresión colectiva del amor entre los seres humanos”, o “… es un don de Dios”, al decir de las religiones. “El desarrollo es el nuevo nombre de la paz”, proclamaba el papa Pablo VI.
El papa Francisco declaró: “Solo la paz es santa y no la guerra” (…) “Nuestro futuro es el de vivir juntos. Por eso, estamos llamados a liberarnos de las pesadas cargas de la desconfianza, de los fundamentalismos y del odio”.
Según el Gobierno colombiano, si nos atenemos a lo que predicó durante la campaña del SÍ en el plebiscito, la paz no era otra cosa que el Acuerdo Final firmado con las Farc en Cartagena, por lo cual, según su criterio, quien dijera NO, le decía NO a la paz. Una gran mentira e injusticia. Ahora bien, derrotado que fue ese documento en las urnas, hoy, siguiendo con la tesis gubernamental -avalada por muchos países y por el Comité noruego del Nobel- ha pasado a confundirse con el Acuerdo firmado en Bogotá y “refrendado” por el Congreso, en una manifestación “indirecta” de la soberanía popular.
No voy a contradecir ninguno de los conceptos precedentes, ni otros, aunque acerca del último en referencia no estoy convencido, entre otras razones porque creo que la paz es un valor mucho más grande, que no se puede reducir a dos firmas, ni imponer descalificando y ofendiendo al contradictor. No obstante el Acuerdo y aunque el cese bilateral y definitivo del fuego ha sido muy importante y se debe reconocer que nos ha ahorrado muertes, todos los días se registran por actores diferentes, hechos de violencia, de secuestro, de discriminación, de intolerancia, de abuso, de abandono. En fin, hechos que, mientras se sigan presentando, hacen imposible una verdadera paz.
Agrego a todas esas definiciones algo que estimo esencial: la paz está en cada uno. Proviene de la íntima convicción, y la práctica del respeto a los derechos de los demás, con espíritu tolerante, abierto, sincero, ecuánime, constante, en nuestra vida diaria.
*Abogado
CERTIDUMBRES E INQUIETUDES
JOSÉ GREGORIO HERNÁNDEZ
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