Columna


Corrupción y valores

ALBERTO EMILIO GÓMEZ TORRES

05 de junio de 2015 12:00 AM

Mi mamá siempre me lo advertía, y hoy, a pesar del paso de los años, lo sigue haciendo: “No hay que aprender las artimañas del oficio; hay que aprender el oficio”.

En los negocios el camino fácil no existe. Crear un negocio y luego gestionarlo de manera eficiente es un proceso complejo y de permanentes ajustes. Implica andar en modo de aprendizaje y con la disposición de ir incorporando lo aprendido a la práctica. Sin embargo, no es raro que la informalidad y la displicencia se conviertan en características visibles de muchas de nuestras organizaciones y de su personal.       

Esto resulta en prácticas que adoptamos como normales en nuestro quehacer diario, casi en cualquier ámbito de nuestra sociedad y de sus organizaciones. La corrupción, por ejemplo, sumada a la ineficacia de nuestro sistema judicial, impone grandes costos de transacción, es decir, de funcionamiento, a los empresarios, impidiéndoles ejercer adecuadamente el papel de emprendedores.

“En esta ciudad, si uno no se tuerce se friega”, sentenciaba hace poco una empresaria, refiriéndose a la relación de su negocio con algunas instituciones del Estado.      
Corrupción, palabra que da cabida a todas las artimañas del oficio, y es tema cotidiano entre nosotros, retomó fuerza la semana pasada con la noticia del escándalo de la FIFA, especialmente en relación con sus directivos en Latinoamérica.

En Cartagena, que esta semana celebra 482 años de fundada, la corrupción hace parte  de nuestra herencia colonial. Tiene sus orígenes en el “quinto real” y otras exacciones de la alcabalera Corona española, que eran incentivos para la evasión y el contrabando.

El politólogo Francis Fukuyama, en su libro Confianza, señala que la vida económica está significativamente invadida por factores culturales y depende de interrelaciones morales y de confianza social. Y que esta se convierte en el lazo tácito entre los ciudadanos, no escrito en ninguna parte, que facilita las transacciones, fomenta la creatividad y justifica la acción colectiva. 

Tenemos 482 años de historia y de una herencia cultural con frecuencia signada por la corrupción. Pero, como todo elemento cultural, que es susceptible a ser aprendido y transmitido, es modificable. Nosotros desde la academia estamos llamados a ser conscientes de nuestra responsabilidad de transmitir a los jóvenes profesionales una visión de una sociedad ética, sana y próspera, ejerciendo un oficio con profesionalismo, no con trucos o atajos.

Gracias, mamá, por ser reiterativa en la necesidad de aprender el oficio, y de no quedarnos en las artimañas.  

*Profesor, Programa de Administración de Empresas, UTB

agomez@unitecnologica.edu.co
 

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