Columna


Cosas de barberos

RODOLFO DE LA VEGA

29 de junio de 2013 12:00 AM

RODOLFO DE LA VEGA

29 de junio de 2013 12:00 AM

En mi adolescencia, aunque muchos no lo crean, lucía una cabellera abundante que, por períodos preestablecidos, ponía bajo el cuidado de mi barbero (peluquero) de cabecera, Domingo Zárate. Alternaba él con éxito las profesiones de músico-compositor y barbero.  Era hábil con la mecánica, las tijeras, la peinilla y los cepillos, así como con la trompeta, el lápiz y el papel de partitura. Domingo era dueño de su peluquería y director de su propia orquesta. 
Era frecuente que al llegar a su barbería en la Calle del Porvenir, lo encontrara empeñado en componer una nueva sinfonía. Interrumpía Domingo su inspiración para entregarse a la prosaica tarea de cortar las mechas de un mozalbete. Estando su cliente con media cabeza pelada, los cerquillos llenos de polvos y la sábana anudada al cuello, se le ocurría a Euterpe trasladar su inspiración al espíritu del fígaro, quien de inmediato dejaba peinilla, tijeras y cepillos y echaba mano de la trompeta para interpretar algunos espacios musicales, que dejaba luego plasmados en el papel de partituras. Luego, como si nada hubiera pasado, arremetía con brío en la cabeza de su cliente de barbería. Era fama que Zárate, tanto en la orquesta como en la barbería, era un intérprete de primer orden.
En el Camino Arriba, diagonal al antiguo Albercón, en una modesta casa de bahareque, funcionó por muchos años la barbería de Eustaquio Malambo. Era un sitio sin mayores pretensiones con una clientela casi fija de personas que, cuando no iban a motilarse, acudían a contar los últimos chismes y a mirar las revistas atrasadas que repartía Epifanio Chico. 
Eustaquio se había conseguido una chamba en la Dirección de Tránsito, por lo que alternaba las tijeras, cepillos y peinilla con el pito de policía. Él acomodaba sus itinerarios de trabajo y sin dejar de cumplir con su deber laboral, atendía a su nutrida clientela de la peluquería. 
Un día cualquiera Jorge Caballero llegó del colegio y su madre, Alicia, le dijo: “Jorge, estás peludo, ve donde Malambo a que te pele”. Jorge acudió presuroso a la esquina del Albercón y se sentó en el sillón del peluquero.  Malambo atacó con esmero la pelambre con ganas de terminar rápidamente, pues tenía que atender un turno como agente del Tránsito en la Esquina de Los Cuatro Vientos. Ya llevaba media cabeza pelada y el resto lleno de trasquilones, cuando su mujer le dijo: “¿Has visto el reloj?, ya deberías estar pitando en Los Cuatro Vientos”. Malambo reaccionó y le dijo a Jorge: “Mijo, ven mañana para terminarte”, dejando a su joven cliente a medio motilar y expuesto a las burlas de sus compañeros.
Una vez más cobra vigencia la sentencia del Divino Salvador: “Ningún criado puede servir a dos señores, porque aborrecerá a uno y amará al otro; o bien, se entregará a uno y despreciará al otro”.  Lucas 16, 13.

*Asesor Portuario

kmolina@sprc.com.co

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