Columna


¿Cuál ciudad?

ÓSCAR COLLAZOS

24 de agosto de 2013 12:00 AM

Cada semestre les pregunto a mis alumnos de la Universidad Tecnológica de Bolívar si visitan- y con qué frecuencia- el centro histórico de Cartagena. Una gran mayoría vive en estratos 2, 3 y 4 y nunca visita el centro histórico. Los que lo hacen van a diligencias puntuales y solo una pequeña cantidad lo hace por placer.
El centro les es indiferente. No participan de la oferta cultural de producción local y foránea que creció en cantidad y calidad en la ciudad histórica que se extiende hacia Getsemaní y El Cabrero.
Casi todos nacieron en Cartagena. Serán profesionales de distintas carreras y muchos trabajarán en empresas locales o montarán sus propias empresas, pero la vida social (encontrarse, divertirse, jugar) transcurrirá donde viven y en los centros comerciales. Mirar y comprar son entretenimientos culturales.
Al faltar espacios públicos de encuentro y recreación distintos a los templos donde se consumen mercancías y se malgastan deseos con el vitrineo, los jóvenes se refugian en estos lugares. Los domingos y festivos invaden las playas de Bocagrande, Castillo y Marbella, uno de los últimos territorios que creen propio. Al menos por ahora. En el imaginario de esta mayoría, el centro no les pertenece. 
Se separan así, de manera acelerada, las dos ciudades: una donde viven las mayorías; otra donde casi todo el mundo está de paso y donde todo se vuelve inalcanzable para los bolsillos locales. Una estudiante afrodescendiente me dijo que no iba al centro porque creía que la miraban raro, que la gente pensaba que se rebuscaba. Nunca le dispararon con fusil de balines en las nalgas ni trató de entrar a una discoteca, pero siente que allí no la quieren.    
Cuando se habla del combate contra las exclusiones históricas, los gobernantes locales no piensan que la fragmentación de la ciudad debe ser atacada a fondo y que la tarea es parte de una ambiciosa gestión de la cultura, la central y la periférica, la popular y la considerada de élites.
Con una o dos excepciones, la cultura no es gestionada con un sentido profundo de ciudad: un gran cuerpo de partes que se comunican y alimentan siempre, que se diferencian e integran. Por ahora no hay proyecto integrador. Como mis alumnos, las mayorías sienten que hay una ciudad bella y exitosa pero inalcanzable.
Existe una fuerza poderosa -de los negocios turísticos e inmobiliarios- que empuja hacia la periferia los últimos restos de cultura popular de las áreas de influencia del centro. En Getsemaní, por ejemplo. Si llega a cerrarse allí el proceso de desalojo de la población nativa, se habrá dado otro paso para perfeccionar el modelo excluyente. 
*Escritor

collazos_oscar@yahoo.es

 

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