Cualquiera aceptaría que mi niñez y adolescencia fueron muy parecidas a las vividas por mis padres y abuelos. Teníamos muchas cosas en común, hay que reconocerlo. Pero cuando hacemos la comparación con la niñez y la adolescencia de hoy, te diría que es más fácil comparar un bacalao pernicioso con un búho taciturno: son dos mundos completamente diferentes.
Empezando porque en mi época nos criamos silvestres en la calle. Teníamos mucha independencia y nuestra casa también era la esquina, el barrio y hasta el centro de la ciudad. Cuando sonaban los truenos, la algarabía era grande y la ‘peladera’ salía a bañarse en el aguacero. Jamás nos alertaron por los truenos. Jamás relacionamos la lluvia con la gripa. Nadie hablaba de ácaros o de alergias. La comida dietética o el ‘gluten free’, simplemente eran cosas inexistentes.
No digo que nuestra niñez fuera mejor, pero las cosas sí eran más simples y sencillas. Empezando porque en nuestra época los niños hiperactivos no existían. Si hoy contara el 10% de las cosas que hice en el colegio, seguramente me habrían medicado y tendría una “etiqueta social” en la frente. Pero resulta que así éramos todos. Éramos niños. El que fregaba en el colegio lo aquietaban a punta de “reglazos”, y que yo sepa no quedamos traumatizados. Pero hoy las cosas son a otro precio: si un profesor no saludó a un alumno en el pasillo, es probable que lo acusen de matoneo y hasta el tatarabuelo pedirá una cita con el rector.
Una de las grandes diferencias con esta época es la pérdida de la intimidad individual y familiar, y angustia entenderlo. Como decía alguien: “Menos mal crecí en los 70 y 80, porque todas las estupideces que cometí en mi juventud no quedaron grabadas”. Y es verdad, hoy se vive online, con las Kardashian como modelos de vida. La obsesión de muchos es la “sociedad del espectáculo”: con las máscaras decoradas de catedral y el interior de un antro. Consumir, fingir, competir, publicar, comparar, alardear… a eso se juega hoy: a hacer de la vida un ‘reality show’, y la sociedad reclamando adultos perfectos de 10 años, con el único propósito de vida de proyectarse como magnates, famosos o “barbies”. ¡Pobrecitos (as)! ¡Cuánta sensación extraña: las fotos a carcajadas en Facebook y el llanto escondido en el baño!
Por eso grito, no podemos claudicar en el esfuerzo de fortalecer el interior de nuestros hijos, para que no queden atrapados en el decadente juego de los nuevos tiempos. Amoblemos hacía adentro, amigos, que lo de afuera jamás ayudó a nadie.
jorgerumie@gmail.com
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