Columna


Cuba reformada

NICOLÁS PAREJA BERMÚDEZ

16 de agosto de 2018 12:00 AM

Que Cuba abandone el modelo comunista, por disposición constitucional, es una noticia grande, y no sólo para ese país, sino para toda Latinoamérica, pues de entre sus pueblos, multitudes acogieron en distintos lares, incluida Colombia, el pensamiento y el ejemplo del líder supremo de aquella Revolución, Fidel Castro.

Para tal cambio, contrario a lo pronosticado, no se necesitó la muerte de Raúl, hermano y heredero de Fidel. Bajo su presencia vigilante, la Asamblea Nacional acaba de aprobar con gran amplitud de debate, libertad de ideas y sinceridad, una reforma constitucional que ahora pasó a consulta popular nacional para recibir las demandas y sugerencias de sus ciudadanos, tanto de los residentes como de los que viven en el exterior. Concluida la consulta nacional, regresará al Parlamento, y el texto que resulte será sometido a referéndum en febrero 24 de 2019, fecha insigne, pues corresponde al inicio de la guerra de independencia de 1895.

La reforma elimina el término comunismo y lo reemplaza por socialismo sostenible, reconociendo la propiedad privada, la promoción de la inversión extranjera, la redefinición del matrimonio y la división de la cúpula del poder entre un presidente y un primer ministro al mejor estilo europeo, entre otros revolcones, aunque el Partido Comunista de Cuba seguirá siendo la “fuerza dirigente superior”.

Cuba es interesante para quienes exudan y se alimentan de la filosofía e ideas políticas. Pero también estamos los bohemios, para quienes Cuba es un rotundo referente: el bolero, el son, la guaracha, el guaguancó, el danzón, el Chachachá, y muchas más formas de arte, como la poesía y las escalas monumentales de algunos de los bienes que conforman su gran patrimonio histórico, como el recientemente recuperado Capitolio, y las múltiples plazas que compiten amenazantes con las de nuestro Centro Histórico. Todos hacen que sea un destino siempre para repetir para los que de músicos, poetas y locos tenemos un poco.

Ojalá que Cuba se termine de abrir al mundo, como lo pidió San Juan Pablo II, pero que en esa apertura no se deje quitar su naturaleza romántica y trascendental; que no desaparezcan la música y sus geniales soneros de cada esquina; que se sigan escuchando en cada recoveco del centro histórico de La Habana las piezas fantásticas de ensoñadores como Portillo de la Luz, Moré, Lecuona y tantos otros, entonadas por las nuevas generaciones de intérpretes, sin que se pierda la esencia del espíritu con el que fueron creadas. Estaremos atentos para ver si es posible la preservación de los valores fundantes de una nación ante el embate de las ineludibles modernidades, si las reformas son finalmente implementadas.

*Abogado

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