Columna


Cumbres infantiles

AUGUSTO BELTRÁN PAREJA

03 de diciembre de 2016 12:00 AM

Todos sabemos que al murmullo de la voz de Dios se le llama niño. Cuando perseguimos sublimes momentos de ternura precisamos rememorar los senderos de la infancia. El proceso adquiere mágicos tintes. Todos, sin excepción, volvemos en estos bellos días de fines de año a ser, por lo menos espectadores de nostálgico suceso.

Los niños nos hacen temblar con su sinceridad, con su ingenuidad, y puede que incluso con su procacidad. Reciben de Dios los más bellos mensajes para expresarlos, y traducirlos a los adultos que se desesperan en zancadillas, subterfugios y crispaciones.

Los niños hacen suyos los espacios y los sentimientos. Aunque también todo lo someten a su capricho y voluntad. Las brisas acompañan travesuras y momentos felices. Las corrientes de aire del refrescante diciembre juegan con sus barriletes que caracolean movimientos en la más hermosa danza.

Siempre se ha dicho que diciembre es el mes de los niños. También es temporada de zafra que los almacenes hacen con primas y bolsillos. Pero aún así, la escandalosa vocinglería y la actividad de juegos en sus vacaciones los consagra como dueños del último mes del año, al que le confieren la especial ternura que lo caracteriza.

Hay miles de niños que se “educan” en la escuela de la calle. Buen número de la infancia de nuestras ciudades se ve obligado a escolarizarse en la mendicidad, la picardía, la delincuencia, el abandono, o la prostitución.

Datos vergonzosos demuestran que la niñez sigue maltratada. Más de un millón de niños trabajan ilegalmente en el país. Nos hemos acostumbrado a ver cómo en horas de clases limpian parabrisas de automóviles, venden chucherías, o simplemente ejercen la mendicidad. Ya no brillan en los ojos de muchos de estos niños los rayos de alegría. A nuestra sociedad poco le interesan seres que no revierten la inversión con el voto inmediato.

La niñez es una edad maravillosa en la que se proyecta y se fabrica el futuro. Pero no podemos sustituir con la superficialidad democratera sólidos criterios educativos. Podemos resaltar los valores de la infancia, asumiendo que el  niño debe crecer, y prepararse para hacer frente a las espantosas dificultades que el proceloso futuro puede traer.

Pero no solo es enseñarles, hay mucho que aprender de ellos. Especialmente ahora cuando cada tercer día se reúnen gobernantes en “cumbres” tan publicitadas que se han hecho fastidiosas a sus gobernados.

Muchos de estos consideran que se usan para escurrir el bulto a problemas palpitantes que debieran resolver en sus países. 

Si esas reuniones fueran de niños habría menos protocolo y se ocuparían de persistir en la utopía de hacer realidad todos los sueños, fabricando paraísos sugerentes en una esquina cualquiera. AUGUSTO BELTRÁN

abeltranpareja@gmail.com

 

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