Columna


De calumnia a pasquín

CARMELO DUEÑAS CASTELL

14 de junio de 2017 12:00 AM

Apeles fue un pintor de la antigüedad. Hace más de 500 años, Botticelli hizo un colorido y dinámico cuadro que hoy yace en la Galería Uffizi, en Florencia. Para mí es una parábola aleccionadora enmarcada en un cuadro basado en otro inicialmente pintado por Apeles. La pintura, “La Calumnia de Apeles”, puede parecer sobrecargada por las diez figuras involucradas: a la derecha el rey Midas, con orejas de burro, entre dos intrigantes malas consejeras, la Sospecha y la Ignorancia; al frente está un monje que representa la Envidia (o el Rencor) que acompaña a una joven (la Calumnia) cuyos cabellos son adornados por la Envidia y el Fraude; al mismo tiempo, la Calumnia arrastra a la pobre víctima, un hombre desnudo que pide clemencia; a la izquierda del cuadro esta la Penitencia, vestida de negro; detrás de esta última hay un personaje resplandeciente, la Verdad desnuda, que con dedo inquisitivo señala al justiciero cielo.

Así, solo un asno, y que me perdone el pollino, permitiría que la ignorancia y la sospecha abonen el terreno con la envidia y el fraude para arrastrar hacia el despeñadero del desprestigio al calumniado. El honor del difamado esperara en vano sabiendo que, si llega, la verdad desnuda no resarcirá su buen nombre.

En Roma hay una estatua maltrecha, de más de 2000 años. La estatua, y luego la plaza, se llamaban Pasquino, al parecer en honor a un maestro o un barbero del vecindario. Sin saberse como, hace 500 años, se inició un ritual en torno a la estatua, durante la fiesta de San Marcos. Los vecinos se reunían alrededor de la estatua y colgaban letreros o pancartas. Inicialmente eran elogios o halagos a cardenales y papas. Luego la estatua fue puesta cerca de la actual Piazza Navona. Con el tiempo los escritos se hicieron anónimos, se ponían en cualquier época, satíricos algunos, luego agresivos y posteriormente para desprestigiar a los cardenales e inclusive al papa durante o después de los conclaves. A partir de esta costumbre el peyorativo término pasquín fue acuñado para denominar escritos anónimos en lugares públicos en contra de una persona, grupo u organización.

Emitir juicios a priori, destruir en un instante un nombre construido por años ha pasado a ser un deporte universal en la época de las redes sociales. Así, tanto para la etérea y amorfa calumnia como para el perverso pasquín solo se requiere de un cobarde atrincherado en el anonimato y de una audiencia dispuesta a acoger como cierto cualquier infundio. Pero, como bien dice el hermoso poema de Rubén Darío, La Calumnia: “puede una gota de lodo sobre un diamante caer; puede también de este modo su fulgor oscurecer; pero aunque el diamante todo se encuentre de fango lleno, el valor que lo hace bueno no perderá ni un instante, y ha de ser siempre diamante por más que lo manche el cieno”.

 

 

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