Columna


De los miedos a los retos

GERMÁN DANILO HERNÁNDEZ

19 de junio de 2018 12:00 AM

Los discursos del electo presidente Iván Duque, y de su contendor, Gustavo Petro, sobre los resultados electorales, tuvieron la sensatez y moderación que faltaron durante las campañas. Ello confirma que en comunicación política, el proselitismo electoral es una cosa y el ejercicio del poder y de la oposición es otra.

Más de 19 millones de colombianos votaron motivados en buena medida por el miedo a cada extremo en contienda; por la angustia generada estratégicamente, o por convicciones fanáticas, de lado y lado. La gran participación democrática, lograda por el fin de la guerra entre el Estado y las FARC, fue permeada por mentiras, montajes, rumores y noticias falsas, avivando peligrosas pasiones que ahora deben reposar.

Desde la extrema derecha se dijo que un triunfo de Petro llevaría al país a la hecatombe; que nombraría como ministros a los excomandantes de las FARC; expropiaría a quienes tenían más de una propiedad; cerraría las iglesias; y que en meses, el caos, la pobreza, el hambre y la desolación se tomarían  a Colombia.

Desde la extrema izquierda se pronosticó un retroceso si Duque era elegido, incluyendo reiniciar la guerra, la reactivación de las motosierras, la actualización de los falsos positivos, eliminar conquistas laborales y sociales, y el imperio del totalitarismo. Los fantasmas del “castrochavismo” y del uribismo mostraron que asustan por igual.

Aunque hay razones para creer que los fantasmas, como las brujas, de que los hay, los hay, el fin de las elecciones debería restablecer la racionalidad, para evitar avivar las pasiones prolonguen la confrontación a límites impredecibles.

Así parecen entenderlo los hoy presidente y senador electos; en sus primeras palabras, Duque celebró el triunfo con un discurso conciliador, con cordura, como la ausencia de Uribe en la tarima, declarar no hacer trizas los acuerdos de paz, descartar el odio contra colombianos; y el compromiso contra la corrupción y por la unidad como “un solo país”. Aunque las compañías con las que llega al poder dan lugar al beneficio de inventario, por sus viejos compromisos con los odios y la corrupción, el país necesita creerle.

A su vez Petro reconoció el triunfo de Duque; anunció las bases de su oposición, legitimada en las urnas, y proclamó tranquilidad para esperar que el presidente electo rompa con los sectores más anacrónicos atrincherados en su candidatura.

Hubo un ganador, pero no será posible desconocer a más de 8 millones de colombianos que simbolizan las frustraciones históricas y el respaldo a un nuevo modelo de gobierno que rompa con tantos desafueros, discriminación y exclusión. De la coherencia de Duque entre sus acciones de gobierno y el discurso del domingo pasado, dependerá pasar de los miedos a los retos, para construir “Un solo país”, o fragmentarlo más, fortaleciendo a una oposición de carne y hueso que demostró como nunca antes su capacidad de crecer.

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