Columna


Delirios

ROBERTO BURGOS CANTOR

14 de septiembre de 2013 12:02 AM

A lo mejor, cuando las gentes se referían al santanderismo como enfermiza característica de Colombia, no querían ofender a Francisco de Paula Santander. Sí es probable que dejaran constancia de la conflictiva relación con la ley .

Ese conflicto que se manifiesta de manera principal en resistencia a cumplir la norma viene de antiguo. El enorme aparato de disposiciones y órdenes que acumuló la Corona española en medio de las brutalidades de la conquista, muchas más que las del Génesis bíblico, y después durante las codicias y vanidades del mando en la Colonia, generó y acuñó la contra conciencia del no cumplimiento. La sentencia ingeniosa y lamentable fue: se obedece pero no se cumple.

La distancia entre ese poder, revuelto de imperio militar y concepciones religiosas de las cuales derivaba su omnímoda autoridad, mar y océano de por medio, meses para que llegaran los papeles, incertidumbres y naufragios, tornaba a la ley una referencia endeble, inoportuna, extraviada en un mundo que preservaba las potencias de su origen y enfrentaba las tiranías de quienes querían moldearlo bajo la forma de su incompleta realidad.

Así la ley perdió las virtudes de su aplicación, y en vez de preparar las mentes para recibirla, las pervirtió en la convicción de no cumplirla y volverlas expertas en artimañas.

A esta larga mala educación criminal y oprobiosa, en terreno abonado por el pésimo ejemplo, las leyes de la República en pocas ocasiones se sujetaron al ideal de reglas precisas y claras, y se volvieron un berenjenal que enredaba la vida, el sendero de su realización y progreso. Lo que no desata la virtud y la razón, lo resuelve el crimen, el soborno, la estulticia.

Los efectos devastadores de esta peculiar manera de querer vivir con reglas no importan a muchos. Las autoridades y quienes representan a la gente se benefician de la ignorancia. Hubo un alcalde, de la Capital, que quiso ponerle cuerpo a la ley y se iba a las avenidas a multar y enseñar a los conductores del transporte público. A entender por qué avanzaban como lombrices en lata, enredando la precaria movilidad. Terminó atropellado. Otro, con más recursos pedagógicos aplicó un plan: los impuestos, los servicios domiciliarios, los niños, los cruces, los semáforos, las discusiones. Uno de sus sucesores acabó el proyecto y siendo de izquierda, dice él, prefirió recoger los restos de los mercados y repartirlos a los pobres. ¿Cómo se hace Sociedad y Estado así?
¿No cree Usted que la locura y el despilfarro ante la sentencia en el litigio con Nicaragua viene de aquellos vicios que claman por siquiatra y verdugo?

*Escritor

rburgosc@etb.net.co

 

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