Columna


Desencuentro filosófico en la Habana

RODOLFO SEGOVIA

09 de mayo de 2015 12:00 AM

Perdón por lo que sigue, pero sino son incomprensibles los desencuentros en La Habana: “El desplazar el discurso estructuralista, en el cual el capital estructura las relaciones sociales de manera relativamente homogénea, hacia una visión de hegemonía, en la que las relaciones de poder están sujetas a repetición, convergencia y rearticulación, ha introducido la cuestión de temporalidad en el pensamiento estructural y marca un apartarse de una forma de althusserianismo, que trata totalidades estructurales como objetos teóricos, para adentrarse en una teoría en la que atisbos de la contingente posibilidad estructural inaugura una renovada concepción de hegemonía contenida en los lugares contingentes y las estrategias de la rearticulación del poder.” 


Diáfano. En ese denso párrafo marxista -el filósofo estructuralista francés Luis Althusser fue un referente ideológico del Parti Communiste- están estancadas las conversaciones. La “rearticulación del poder” depende ahora de que el Estado reconozca sus culpas, desde el inca Manco Capac y Cristóbal Colón.

La verdad histórica para esclarecer el origen de la rebelión marxista en Colombia es una plana con garabatos, pero en síntesis: en 1964, jóvenes idealistas adoctrinaron una de tantas protestas campesinas armadas del país, mientras el Frente Nacional intentaba recuperar el monopolio de la fuerza para consolidar la paz después del desangre partidista. Inspirados por Castro y la Guerra Fría entre dos sistemas de organización social, los jóvenes dieron al liderazgo de Tiro Fijo una doctrina.

Al principio, don Manuel quería justicia campesina; los jóvenes, el poder. Hubo apoyos externos y emprendieron todas las formas de lucha. El Estado se defendía, a veces con incompetencia o fuera de la ley. La opinión menospreciaba a la guerrilla e ignoraba al mundo exterior que la aupaba. La angustiaban otras manos criminales y el enano se creció.

De no ser por la FAC, que impidió concentrar batallones para tomarse Bogotá, quizá la mesa de La Habana sería otra. Pero los colombianos reaccionaron. Después de la farsa del Caguán, pocos daban cinco centavos por Colombia. Estado fallido. De la desesperanza surgió Álvaro Uribe, a quien a pesar de comprobados abusos de poder un país agradecido ampara con una malla protectora. Supo, como don Sancho Jimeno en 1697, identificar a los malos.

Los que envueltos en las buenas maneras de la negociación no identifican nada son las FARC. Su revolución es ya sólo de terrorismo y narcotráfico. El sentimiento casi unánime de los colombianos las desestima, aunque posesas por una verdad, no lo aceptan. Y no hay paz sin admitir que en su afán de poder llegaron hasta al punto de no retorno criminal. No hay regreso sin sanción. El derecho de rebelión tiene límites.

rsegovia@axesat.com

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