Columna


Desmadre institucional

RODOLFO SEGOVIA

07 de diciembre de 2013 12:02 AM

Columnistas de todas las tendencias lamentan el desajuste de las instituciones. Condenan el despelote y predicen los peores males. No fallan en el diagnóstico, aunque cabe recordar que son las mismas que desde hace 50 años empeñan desigual combate contra Marx y Al Capone. Algo hicieron bien los padres de la república para que hayan resistido hasta ahora. Pero  los enemigos externos no desvencijan por sí solos las instituciones, las agrietan desde adentro  abusos del interés particular, que se hace pasar, sin marco ético, por adalid del derecho positivo.

Las instituciones sufren en la proliferación de “delfinazgos”, que cierran espacios en la democracia, y el nepotismo electoral, que no concibe curul si no en cabeza de un pariente. El legislativo se empobrece. Se observan las consecuencias. Un congreso mal conformado es mal de muchos, pero cuando la justicia se corrompe el ciudadano queda inerme. Se multiplican campanazos por desaguisados en las altas torres -de piedra burda, ya no de marfil- albergue de la jerarquía judicial, mientras la hediondez permea hasta el nivel de secretarios de juzgados. El edificio institucional en la convivencia depende de magistrados probos y capaces de  autocensura sin cobijarse en la majestad de la justicia.

El más insidioso peligro para la institucionalidad, empero, nace de expandir los límites de las leyes. Cuando se exceden funciones, la sociedad pierde brújula. La Procuraduría es un caso. Creada para vigilar el cumplimiento de la ley por los funcionarios públicos, ha tomado rumbos que extralimitan su competencia. El Procurador dicta, a su acomodo, sanciones por equivocaciones de buena fe. Eso repugna al buen sentido. No quedará nadie honesto y deseoso de servir para aceptar cargos públicos.

La Procuraduría destituyó al alcalde Moreno no por corrupto, sino por incompetencia evidente. Sobre Petro pesa una amenaza similar. Son víctimas de extralimitaciones. Para los burros electos por votación popular, la ley prevé la revocatoria. Más aberrante aún es la sanción del superintendente financiero. Se castigó una presunta omisión con elementos altamente subjetivos. De ser cierto, el competente para destituirlo sería su superior jerárquico. Ese buscar protagonismo alimentado de micrófonos socava el equilibrio institucional. De ahí lamentos y  vaticinios amargos.

Don Sancho Jimeno, el héroe de Bocachica en 1697, se aficionó a la mitología y en particular al mito de Casandra. Ésta, hija de los reyes de Troya, era la sacerdotisa del templo de Apolo, quien la deseaba y al que ofreció entregarse a cambio del don de la adivinación. Una vez lo obtuvo le puso conejo. El dios, despechado, la escupió en la boca y la condenó a que predijera, pero sin credibilidad. Casandra auguró que su hermano menor, París, sería la ruina de la ciudad y previó, sin que se le prestara atención, las nefastas consecuencias de ingresar el Caballo de Troya. Don Sancho vaticinó impotente el inevitable ataque de piratas franceses y el espantoso saqueo de Cartagena con sólo leer en las piedras el absoluto desgreño de las defensas de la ciudad.

rsegovia@axesat.com

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