Columna


Dilema moral

PABLO ABITBOL

14 de octubre de 2016 12:00 AM

Mis estudiantes son ávidos e incisivos lectores de la vida política nacional. Consultan diariamente diversas fuentes de información, porque saben que los medios de comunicación responden a intereses políticos y económicos que inevitablemente sesgan el tratamiento de los acontecimientos. Por ejemplo, saben que la estrepitosa declaración de un líder protagónico genera más rating que una argumentación razonada.

Como especialistas en asuntos políticos, comprenden que tienen la responsabilidad de tratar de ser activos, transparentes y rigurosos formadores de la opinión pública. Pero, como conocedores de la política, también entienden que su incidencia sobre lo que la gente piensa, o desea pensar, es muy limitado. Por eso, algunos buscan influir más directamente en los procesos de toma de decisiones, ya sea ejerciendo una función pública, el activismo o la política electoral.

Y entonces se preguntan, ¿sabiendo los métodos que en realidad funcionan en la política de nuestro país, no deberíamos aplicar esos mismos métodos para obtener nuestros fines?

Porque ven cómo grandes líderes mueven a las masas entablando monólogos que distorsionan la realidad de las decisiones que debemos tomar colectivamente, en vez de encarar debates que nos permitan aclarar temas y confrontar argumentos. Porque ven cómo gerentes y asesores de importantes campañas diseñan mensajes que buscan transmitir y explotar emociones como la indignación, el odio, la envidia y el miedo, enfocándolos hacia los públicos más susceptibles a cada una de ellas, en vez de promover deliberaciones profundas entre la ciudadanía.

Porque ven pastores que buscan imponer visiones monolíticas de la sociedad desde el poder que les brinda la autoridad carismática, deshonrando la mesura y la ecuanimidad que la civilidad les demanda. Porque ven cómo políticos y líderes regionales y locales sólo mueven a sus electores cuando hay curules o contratos de por medio. Porque ven cuántos ciudadanos solo salen a votar si hay dinero, transporte y refrigerio.

¿Entonces qué les decimos a nuestros jóvenes? ¿Qué responderles cuando se cuestionan si para lograr la transformación del país es necesario adoptar los turbios principios que ven reflejados en las prácticas de líderes y conciudadanos, porque “esa es la realidad de nuestra política”?

Yo seguiré insistiendo que defender causas justas mediante métodos incorrectos es una estrategia, no sólo alejada de la ética, sino esencialmente contradictoria y contraproducente. Y ahora ustedes, ¿qué les dirían a nuestros jóvenes?

* Profesor, Programa de Ciencia Política y Relaciones Internacionales UTB

COLUMNA EMPRESARIAL
PABLO ABITBOL*
pabitbol@unitecnologica.edu.co

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