En estos tiempos de desesperos del deseo, búsquedas de sentido a lo político, hallazgos de un sentimiento alrededor del cual lo diverso pueda fecundar sin matarse, con los restos de la depresión histórica de muchos por las sorpresas del plebiscito, gasté pasos en lugares y objetos donde perviven muestras, enigmas, de otros tiempos.
Quizá para quienes nos reconocimos en una sociedad de luto y destrucción furiosa, y nos esforzamos por impedir que la sensibilidad se pasme a fuerza de maltratos y persistencia de una catástrofe, la mezquina acogida a una propuesta de convivencia en paz nos frustre más que a quienes, endurecidos, juegan a la viejas estadísticas de muertos y gastos de pólvora, tribunales de juzgamiento del día de la resurrección.
Así 1948, arranque de una generación que vivió en la morada familiar un desamparo que ennobleció la comprensión de lo político y desvalorizó la ausencia radical de emprendimientos generosos. Con los días y días que siguieron ¿no fue, acaso, de honda significación que hombres y mujeres de la fe, de los consuelos bondadosos de su Dios, fueran impelidos a agregar a sus bendiciones y rezos, una lucha, una rebelión posible en los tratados de su iglesia?
Nos hemos mal educados en envidiar y confundir un gesto grande, evangélico, el perdón ¡por Dios ! en baratas escaramuzas. Quien perdona se agiganta, se santifica. Pero también hay una racionalidad: el imposible y anómalo estado de cosas compromete a todos. Algo distinto a los malos y los buenos.
Agobiado por las voces de los muertos, dicen y dicen su lamento, los ripios de su vida inconclusa, y uno sin respuesta distinta a la vergüenza de los dos que expulsados del Edén cubrían sus partes. Pan de duelo desde allí, para ustedes y su descendencia. Entonces volví.
Encerrados y protegidos, guarecidos, el museo esconde y revela. ¿Qué sentirán los japoneses de paso raudo y sigiloso, invocadores de Basho, de estos señores que no se parecen a los samurais, ni sus sables al honor palpitante de un rito de despedida?
Volví al antecedente de nuestras imposiciones. Velásquez y sus bufones aún no llevados al teatro. Sus nobles que cabalgan por siempre en animales fuertes que levantan los cuartos delanteros cuando lo monta un jinete y requieren las cuatro patas en la tierra cuando los cabalga una mujer. ¿Qué secreto guardas, caballo?
Y Goya y el Bosco. Pero el tiempo: la monstruosa conversión de Bacon. Las latitas de Warhol.
La vida.
reburgosc@gmail.com
Comentarios ()