Columna


Don Sancho Jimeno I

RODOLFO SEGOVIA

11 de mayo de 2013 12:00 AM

RODOLFO SEGOVIA

11 de mayo de 2013 12:00 AM

Don Sancho Jimeno de Orozco nació c. 1640 en Fuenterrabía, hermosa ciudad amurallada en la frontera con Francia a orillas del Bidasoa. Hidalgo pobre, abrazó la carrera de las armas. Sirvió con distinción en Flandes y obtuvo la plaza de castellano del recién construido fuerte de San Luis de Bocachica en Cartagena de Indias, adonde llegó en 1670.
Apuesto y de buen porte, Don Sancho casó ventajosamente con la acaudalada viuda doña María Blanco de Salcedo. La nieta de ambos, Josefa Fernández de Miranda Gandarillas contrajo matrimonio con el primer conde Pestagua, Andrés de Madariaga, de cuya unión descienden importantes familias de Cartagena y la Costa Caribe.
Don Sancho acumuló una importante fortuna. Sus extensas propiedades con semovientes y esclavos iban desde el camino real en la cuesta hacia Turbaco hasta la orillas de la bahía en Mamonal. Se le encargó de la gobernación de Cartagena de 1693 a 1695. De talante enérgico, sometió los palenques de esclavos cimarrones que propiciaban fugas de negros sumisos y cuyos asaltos al tránsito de mercancías y alimentos ponían en peligro la seguridad de la plaza. 
Al aparecer en el horizonte (1697) las velas corsarias de la flota aprestada por Luis XIV y comerciantes de Brest, y reforzada por filibusteros de Haití, Don Sancho esperó en el San Luis que defendía la única entrada a la bahía de Cartagena. Llovió cañón y metralla sobre el fuerte. Don Sancho se mantuvo firme, despreciando, a pesar de su manifiesta inferioridad, conminaciones a rendirse. Respondía que mientras quedaran fuerzas no entregaba lo que pertenecía a su rey.  
Al fin, cuando abandonado por todos nada más podía hacer, quebró su espada y salió a ponerse a disposición del vencedor. El comandante corsario, el barón De Pointis, no pudo menos que admirar la gallardía de su adversario. Le entregó su propia espada diciéndole que un hombre tan valiente no podía ir desarmado. Caballerosidades del siglo XVII. Esa misma cortesía no fue, sin embargo, extendida a Cartagena.
La desidia del gobernador Diego de los Ríos había sumido en el abandono las defensas de la plaza. Sin resistir, firmó una abyecta capitulación y escapó de la ciudad con sus morrocotas. Cartagena en cambio pagó un rescate al vencedor y luego, cuando De Pointis birló a los filibusteros su parte del botín, fue víctima de afrentoso saqueo por los haitianos que decidieron cobrarse por su propia mano. La ciudad tardaría muchas décadas en recuperarse.
El fugado Diego de los Ríos terminó exilándose en Jamaica, hasta cuando en 1707 le cobijó una amnistía general. Quedó libre de toda culpa y en posesión de su mal habida fortuna. Entretanto, la espada francesa de don Sancho daría de qué hablar. Sus malquerientes le acusaron de deberla no a su valentía sino por quien sabe que venal componenda con el francés.
Don Sancho sufriría estoicamente las afrentas y dejaría escrito en una sentida carta que tanto aspaviento no valía la pena pues la empuñadura de la cacareada espada del almirante De Pointis era de cobre. Desde aquellas épocas se exponían a la maledicencia los buenos servidores de la patria, mientras los pícaros se escabullían.

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