Columna


Dones del Amor de Dios

JUDITH ARAÚJO DE PANIZA

03 de julio de 2016 12:00 AM

Dios todo lo ordena para bien de nuestras almas y para que conquistemos el cielo y lo experimentemos no solo cuando pasemos al otro mundo, sino desde cuando lo aceptamos en nuestra vida, procurando vivir de acuerdo a su voluntad. Está continuamente, desde nuestra libertad, invitándonos a vivir en comunión con Él y en armonía con los demás, viviendo de acuerdo a la verdad, el bien, la justicia y el amor.

Las lecturas de hoy* nos recuerdan los grandes dones del amor de Dios. Él asumió nuestros pecados y el castigo que merecíamos por ellos. Cada vez que acudimos a su misericordia, nos libera y nos reconstruye para que podamos vivir el verdadero gozo del espíritu.

El profeta Isaías nos invita a la alegría porque nuestro Dios nos rescata y cuida como niños llevados en su regazo y acariciados sobre sus rodillas: “Alégrense con Jerusalén, gocen con ella todos los que la aman, alégrense de su alegría todos los que por ella llevaron luto, para que se alimenten de sus pechos, se llenen de sus consuelos y se deleiten con la abundancia de su gloria”.

San Pablo nos dice: “No permita Dios que yo me gloríe en algo que no sea la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por el cual el mundo está crucificado para mí y yo para el mundo… Dios conquistó para el verdadero Israel, la paz y la misericordia de Dios”.

Jesús designó a otros setenta y dos discípulos y los mandó por delante, de dos en dos, a todos los pueblos y lugares a donde pensaba ir, y les dijo: “La cosecha es mucha y los trabajadores pocos. Rueguen, por tanto, al dueño de la mies que envíe trabajadores a sus campos. Curen a los enfermos que haya y díganles: ‘Ya se acerca a ustedes el Reino de Dios’”… Los discípulos de Jesús se alegraban porque en el nombre de Jesús podían curar enfermos y vencer espíritus malignos. Jesús les dice que por lo que más se deben alegrar es porque sus nombres estén escritos en el cielo.

Si alguien que nos quiere nos tiene un regalo, por lo general lo recibimos de buen agrado. Dios nos ofrece sus dones de amor y muchas veces le cerramos el corazón para recibirlos. Él, el Amor en persona, toca la puerta de nuestro corazón y si le dejamos entrar, nos ayuda a ser mejores personas, las dificultades las hace más llevaderas y las alegrías más profundas e intensas.

Las obras del Señor son admirables, dice el Salmo. Recibamos los grandes dones de Dios, su perdón y misericordia, su Palabra viva, su Iglesia, sus Sacramentos, todas las manifestaciones de la Santísima Trinidad, de María y de los santos, y oremos y trabajemos como sus discípulos y misioneros viviendo de acuerdo a las leyes de Dios, con amor, sana convivencia y solidaridad.

Is 66, 10-14; Sal 65; Gal 6, 14-18; Lc 10, 1-12. 17-20
 


 

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