Columna


Economía del conocimiento

CARLOS VILLALBA BUSTILLO

31 de enero de 2016 12:00 AM

Mientras el duelo entre modelos –proteccionista y libre– arrecia en las economías lombricientas de Hispanoamérica, el mundo desarrollado se encamina hacia lo que se conoce como economía del conocimiento, o sea, otra visión macro determinada por la dinámica de la producción y la comercialización de bienes y servicios que revolucionaron los mercados más allá de dos teorías que nada intuyeron de robótica avanzada ni de inteligencia artificial.

Aquí botamos mucha corriente sin saber a ciencia cierta si nuestra economía anda bien o mal, pues los huéspedes como el presidente del Banco Mundial y tantos otros ilustres visitantes elogian nuestros “milagros” económicos, más por cortesía con el anfitrión que por lo que sepan de un panorama con mediocre nivel de empleo respecto del volumen total de la población, inflación en alza, petróleo en baja y un dólar disparado desde Cabo Cañaveral. Con sólo rocíos no crecen los ríos.

Ni la limusina presidencial de Putin tuvo un blindaje como el que el ministro Cárdenas le plantó a la economía, y se hacía lenguas desafiando tsunamis y bombardeos porque las láminas protectoras de nuestra estabilidad sacaban la cara por los avances en equidad, la reducción de la pobreza, el rendimiento de los salarios, el aumento de la producción, la financiación de vivienda de interés social, la normalidad de las balanzas comercial y cambiaria, el equilibrio presupuestal y la aplicación del Plan de Desarrollo.

Pero salvo su éxtasis con la venta de Isagén, su lloriqueo con los huecos del fisco no cesa, por más que olvide que, sólo él, le presentó al país un proyecto de presupuesto con un cálculo desastroso sobre los ingresos petroleros. Abonémosle que dejó de irrespetar la inteligencia de los colombianos admitiendo tumbos y tropezones por su ineficiencia, y por haberse quedado con los crespos hechos por la presión de la paz sobre el latigazo tributario que nos infligiría. Nos libró del hematoma la campana del plebiscito.

De esa forma, las empresas, que sí están blindadas por la intangibilidad de sus inversiones, respiraron mejor, y también nosotros, los paganinis de siempre, ya que nos aplazaron la amenaza confiscatoria que sacudió al país e hizo protestar a dos ministros contra un IVA que gravaría los útiles escolares y las comunicaciones. Por Dios, el

Estado no debe improvisar. Las políticas (formulación de proyectos y metas) son para acoplar sus goznes a las mutaciones que rezagan a las instituciones.

No sabemos qué pasará, si seguimos ignorando la economía del conocimiento, con el publicitado impacto de las nuevas tecnologías. Pero a los pueblos no hay que mentirles para gobernarlos mejor. La democracia se concibió como un régimen de razón, no como una dialéctica de mitómanos.       

*Columnista

carvibus@yahoo.es

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