Muchas cosas pueden hacerse en la ciudad para soñar con una educación de calidad para nuestros niños y jóvenes. He insistido en que la Heroica debe recibir mucho más por los monumentos históricos que el simple mantenimiento. Ya es hora de que tanta muralla genere algún tributo a la educación. Al menos la mitad de los ingresos brutos, bien invertidos, aportarían a construir espacios de aprendizaje en los colegios públicos de la ciudad. Pero además, en estos sitios se deben implementar estrategias que valoricen el recurso histórico. Entrar gratis a las fortificaciones no genera verdaderas aptitudes positivas sobre su importancia, y hay que crear escenarios para el encuentro de los jóvenes estudiantes, con su historia.
Los cuidadores de nuestros monumentos, pero también la Secretaría de Educación, podrían crear un concurso anual de novela histórica para jóvenes menores de 18 años. Con buenos premios, claro, algo diferente a Ajedrez al Parque, en donde hay decenas de patrocinadores pero muy poco para los ganadores. Para tener material de investigación, podrían digitalizarse todos los documentos históricos de la ciudad y ponerlos en la web antes que los hongos terminen por borrarlo todo.
San Felipe tiene un auditorio que debe usarse para charlas gratis los sábados o domingos sobre cualquier materia. Si se deciden, podría conseguirles al menos 20 colegas quienes gustosamente darían conferencias sobre nanotecnología, astronomía o química, entre muchos temas para ciudadanos. Allí en San Felipe, también pueden hacerse concursos de pintura, escultura y teatro, todo con plataformas de corte histórico.
Ojalá el Palacio de La Proclamación termine finalmente como el Centro Regional para las Artes y la Cultura, aunque podría destinarse una gran sección a la historia de la humanidad, enfatizando el legado cultural y artístico de nuestros pueblos precolombinos. Un museo de historia natural siempre cambia la filosofía de las ciudades y abre la mente de sus niños y jóvenes. Estamos en deuda con este propósito urbano elemental.
Los centros comerciales, por escalofriante que parezca, pueden ingeniarse maratones de lectura, en donde los jóvenes tengan un día, in situ, para leer un libro y comentarlo. Habría un gran impacto de estas actividades sobre los adolescentes si se imponen marcas para crear mapas mentales o resúmenes gráficos de dichos textos. Si cuando niño hubiese leído La invención de la naturaleza, el libro de Andrea Wulf sobre Humboldt, mi amor por la ciencia, el ambiente y los descubrimientos fuese inexorablemente mayor. Cualquiera que tome las riendas de la ciudad debe amarrar la lectura a todas sus políticas.
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