Columna


El aprendiz perpetuo

ROBERTO BURGOS CANTOR

05 de septiembre de 2015 12:00 AM

A pesar de los esfuerzos de algunas universidades y de unos medios de comunicación, entre los pedaleros y los balones, Colombia es un país ensimismado. Se exalta, delira con sus disputas de campanario y es indiferente con el vecindario común en que se volvió el mundo. Los cambios en las concepciones de justicia, comercio internacional, política, economía, nos resbalan. Preferimos la tela olorosa a pólvora de la bandera, el himno aprendido a medias que se escucha con el ángelus cuando el reloj marca las 6, y un vivir de alegrías prestadas y fugaces. El mundo se estremece y no resquebraja el pasmo congelado del fracaso escogido como historia.

Desastres y humillaciones nacionales han estado vinculadas al Caribe. Panamá, San Andrés y Providencia, el Golfo y su pleito irresuelto. Y ahora la frontera.

Tenemos la fortuna, sin deuda a la política exterior, de tener un escritor, Nobel, cuyas novelas y discursos, son leídos y escuchados en el mundo. Tal portento no hemos sido capaces de apropiarlo de una manera rigurosa y fecunda. Apenas él constituye una variante a la mirada sobre los colombianos como traficantes de droga, portadores de corrupción y muerte.

Sin considerar los antecedentes de la dolorosa situación de los 70.000 deportados, a los trancazos, de Venezuela, se puede uno detener en los resultados de la reunión solicitada por el gobierno colombiano a la O.E.A. Lo que implica ese frustrado intento de superar la ausencia de diálogo entre Caracas y Bogotá D.C. impide reírse del discurso de chicha del Embajador de Colombia, o acudir a la expresión de los santafereños del Jockey ante un hecho de vergüenza: ¡Qué pena, ala! . Lamentable intervención que no fue perdonada por el viejo zorro de la diplomacia venezolana, Roy Chaderton.

Dos estudiosas, analistas de lo global, se han referido en distintos periódicos al suceso en el Consejo Permanente de la O.E.A. Una, Laura Gil, escogió impartir las cátedras que faltan o son asignaturas perdidas en nuestra diplomacia, tan falta de políticas a mediano y largo plazo. Su calidad docente abre zonas de esperanza y con humor rescata la filosofía Maturana. Otra, Arlene B. Tickner, con rigor crítico muestra la apariencia  lógica de la estrategia colombiana ante la crisis fronteriza. A partir de allí explica lo inesperado: perder. Entre los elementos que resaltan las deficiencias sobresale la falta de dimensión internacional de nuestra política exterior. Todavía parroquial.  Y otro viejo asunto: el voto del Caribe fue abstención, en su mayoría. Ni hablar de Panamá.
*Escritor
reburgosc@gmail.com
 

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