Colombia parece vivir en el medioevo: tiene un Procurador General de la Nación que ejerce su poder como un papa, una clase política que actúa como nobleza y un concepto de cultura tan deprimente que convierte en arte una tradición salvaje que no reivindica ningún valor humano importante. Ya lo dijo Gandhi: la grandeza de una nación y su progreso moral se mide en cómo tratamos a los animales. Si pensamos en eso, una porción de la sociedad colombiana adolece de retraso social cada vez que se celebran las corridas de toros.
Pareciera que el paso de los siglos no nos diera lecciones suficientes sobre la vida y que uno a uno los filósofos y los mesías hayan ido muriéndose sin que pudiéramos aprender de ellos un auténtico amor por la naturaleza.
Este mundo se está jodiendo. Mejor dicho: los seres humanos estamos jodiendo a este mundo. Hay gente en este país que mientras exige la paz a grito pelado asiste a las ferias taurinas y pide la oreja desde el palco.
No entiendo cómo una sociedad que le reclama la paz al Estado permite con tanta condescendencia fenómenos tan violentos como las corridas de toros.
Y a mí no me vengan con ese cuento de que comer carne y defender a los toros al mismo tiempo es un acto hipócrita. No se puede comparar la necesidad de alimentarse con el deseo de disfrutar un “espectáculo” cuyo eje es la muerte y la violencia. Otra cosa es este sistema capitalista (también salvaje) que transforma la comida en una mercancía que vale más por el dinero que produce que por la comida en sí misma, y con eso no estoy de acuerdo.
Tampoco vengan a decirme que la tauromaquia es un “arte” solo porque refleja la lucha por la vida, el encuentro con la muerte y la elegancia de torearla. Para eso está el verdadero arte, aquel que a través de la ficción construye sus propios mundos en donde mueren personajes y no gente de verdad. Aquí están muriendo animales de carne y hueso, y nosotros no sólo lo estamos permitiendo, sino que también lo estamos gozando. ¿A usted le gustan las corridas de toros? Perfecto, léase “La Capital del Mundo”, de Hemingway, o mire alguna película española sobre el ruedo. Pero no exija más violencia en la plaza, no convierta en entretenimiento la sangre y el sufrimiento de otros seres vivos.
¿Le parecería correcto que, interpretando a Hamlet, un actor realmente asesinara a otro que hiciera el papel del rey Claudio? Aquello sería una atrocidad y, sobre todo, un crimen en el teatro. Así es como muchos vemos la tauromaquia: un abominable camino hacia la deshumanización y un espantoso ejemplo para nuestros hijos.
*Estudiante de literatura de la Universidad de Cartagena
@orlandojoseoa
orolaco@hotmail.com
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