Columna


El aviario de Cartagena de Indias

LIDIA CORCIONE CRESCINI

09 de enero de 2018 12:00 AM

Cuando deseo inspirarme y olvidarme de la realidad social y el estado deprimente de nuestra ciudad, pienso en el vuelo, el canto, la música y la poesía, y esas imágenes me devuelven la esperanza de que las cosas cambiarán y lograremos otro aire de progreso, de plenitud, de confort y desarrollo dentro de un ambiente moderado, sano y equilibrado para que todas las especies de este mundo consigamos ya el equilibrio, la organización territorial, la  movilidad, la no informalidad, el civismo, dentro de un la mesura y la armonía.

Emocionada, me aventuré a visitar el Aviario de Cartagena. Todas las personas conocidas que lo han visitado para conocer las especies que ornan ese lugar, me decían: vale la pena ir, no te lo puedes perder, es hermoso e insistían, vale la pena, tiene más 1.800 aves de 138 distintas especies, una excelente atracción para la ciencia, las familias, los turistas y en especial, los colegios, que deberían tener en su cronograma escolar, la visita a este lugar, que no solo nos recrea y nos introduce en una fascinante expedición, sino que nos muestra el colorido en diversas gamas de plumajes suntuosos, su  forma de vida, movimientos, vuelos y desplazamiento.

Además, la limpieza, el cuido y organización del sitio nos indican que cuando las cosas se planifican, se estructuran, todo funciona bien. Pero, como todo, y este sitio no es la excepción, necesita ser mantenido y conservado, por eso requiere de recursos permanentes para que todo siga evolucionando y se potencialice más y más. La única forma para que este paraíso no decaiga, es el apoyo de toda la comunidad, quienes, con su aporte económico al visitarlo, permiten que siga marchando. En el recorrido, mientras tomaba las fotografías, se me acercó un turpial y empezó a hacer coqueterías con su cabeza y pico. Mi emoción era tal que no paraba de decirle a mi sobrina lo que me producía esa imagen; Tía, ven, me dijo, yo te tomo la foto, y mientras esto ocurría, el turpial se acercó a mi mano y picoteó mi anillo en donde estaba un rubí. Lo hizo tantas veces que cambié de chip, yo no lo podía creer, se los aseguro (tengo la evidencia en fotos), prontamente me acordé de la ópera de Rossini “La gazza ladra” (La urraca ladrona), que por llamarle la atención el brillo, robó una cuchara de plata y una moneda y las escondió en la torre de la iglesia.

Y eso me llevó a todo lo que pasa en mi ciudad con tantos robos a diario y, aunque la experiencia del turpial fue excelsa para mí, tuve una sensación: hay humanos que son ladrones de trinar fino y alto vuelo. Reaccionen, Cartagena lo merece.

licorcione@gmail.com

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