Columna


El bajonazo

CARLOS VILLALBA BUSTILLO

03 de marzo de 2013 12:00 AM

CARLOS VILLALBA BUSTILLO

03 de marzo de 2013 12:00 AM

La sabiduría popular es algo serio, y no hay que descuidarla cuando se es el responsable de una Nación con características especiales, que obran en contra de su estabilidad, como nos pasa en Colombia. Santos, con el respaldo de su Unidad Nacional (alianza burocrática de todos los partidos, menos el Polo), creyó que podía hacer sus cambios y reformas sin graduar el ritmo, o sea, yendo con todo y por todo. Abarcó mucho y apretó poco. Al completar dos años, empezó a destartalársele la estantería.
Su primer tropezón con raspones fue la reforma de la Justicia, y detrás del derrumbe de ésta se le opacaron otras iniciativas encaminadas a sellar con broche de oro su paso por la Casa de Nariño: la ley de restitución de tierras, la preservación de la seguridad, la redistribución de las regalías, el viraje refrescante en su política internacional, los TLC con Estados Unidos y la Unión Europea, en fin, todos los goznes de la Prosperidad Democrática.
Por la inercia del gobierno anterior durante sus ocho años, el rezago del país en infraestructura forzó a los opositores –cómo conviene la oposición– a sonar las alarmas para que Santos y sus ministros de Transporte y Hacienda supieran que de las obras públicas que se construyeran dependerían la reactivación de la economía y el repunte del empleo. Tarde comprendieron que, como venía trazándose la estrategia, las concesiones de cuarta generación no daban, aun con sus $44 billones en muñeca, para cortar cintas ni a corto ni a mediano plazo.
Viendo que ya no daban ni para descubrir las primeras piedras, Santos ideó la receta de las cien mil viviendas y, por artes de don Satanás, el gran beneficiario ha sido Germán Vargas Lleras. El bajonazo del uno y el ascenso vertiginoso del otro en las encuestas indican, a primera vista, que vamos camino de una nueva elección y no de otra reelección. Lo contrario de lo que el presidente buscaba, pues le siguen minando la imagen el freno de la minería, el bajo crecimiento de la industria, la revaluación del peso, un déficit externo del 10% del PIB y el desbarajuste de la caficultura.
El otro soporte de sus aspiración reeleccionista, el clientelismo, lo está dejando sin rieles, porque en la Corte Suprema de Justicia rebrota otra tanda de parapolítica que tiene en salmuera a por lo menos diez congresistas más, y en varios departamentos y sus capitales el descontento por el óxido que lo sujeta a jefes cuestionados por irregularidades y extravíos sube de punto a medida que la corrupción aumenta y escandaliza, en ristras consecutivas, a las comunidades decepcionadas.
Entonces, cuando la opinión, al calificar gestiones, separa la suerte del presidente de la de sus ministros, el tipo anda con tizones bajo la ceniza. Podríamos interpretar ese beneficio de inventario como un reproche de la ciudadanía a la reelección que el Congreso aprobó contrariando el espíritu de la Constitución y como un síntoma para pensar en una contrarreforma que aumente a seis años el período presidencial, sin reelección que superponga las hambres imperiales al deber de gobernar bien.
Sin embargo, Santos amaneció ayer con un destellito de esperanza: los prediluvianos de las Farc y los negociadores del gobierno comenzaron a entenderse.

Columnista

carvibus@yahoo.es

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