Columna


El banquete del Amor

JUDITH ARAÚJO DE PANIZA

17 de enero de 2016 12:00 AM

Reflexionemos hoy sobre el tercer mandamiento: santificar las fiestas, que en unión a los dos primeros: amar a Dios sobre todas las cosas y santificar su santo nombre, nos dicen que Dios merece el primer lugar en nuestras vidas. Profundizar la comunión de amor con Él, es la clave para vivir cada día más de cerca el bien, la bondad, la paz, la verdad, el gozo, la fortaleza, la misericordia, el amor. Requerimos humildad para vencer la soberbia de pensar que podemos solos, porque nos negamos a recibir los preciosos regalos que Dios tiene para cada uno y para la sociedad.

Jesucristo nos enseñó que la vida espiritual no se centra sólo en cumplir sus leyes o mandamientos, sino en una relación estrecha con Él, quien, con su gracia, enciende nuestros corazones de amor y compromiso para dejarnos guiar, entendiendo que Dios nos ama y realiza nuestro mayor bien: que vivamos libres de la esclavitud del pecado y busquemos la justicia y la plenitud de nuestra existencia en el amor.

Cuando nos apartamos de Dios, empezamos a relativizar. Justificamos fácilmente el pecado. El egoísmo se afinca en nuestra vida y nuestra conducta se guía más por lo que “siento”, “necesito”, “me gusta”, “me parece”, sin tomar a veces en cuenta cómo afectamos nuestra alma y la vida y alma de los demás. Vivir cerca a Dios y a sus leyes, nos impulsa a ser mejores personas revisando nuestras conciencias y a tener relaciones más fraternas que procuren el desarrollo de nosotros mismos y de los demás.

Nuestra Iglesia nos invita a vivir de forma especial el domingo y días de guardar. Aunque pensemos en Dios en todo momento, el domingo es un día para nutrir nuestra alma con su palabra, vivir una comunión más profunda con Él, con nuestra familia, Iglesia y comunidad. Recargamos baterías, con un encuentro desde la conciencia y el corazón para que Dios nos purifique, sane, ilumine y acompañe, dándole más trascendencia a nuestra existencia.

La Eucaristía no es un ritual, ni una conferencia. En la oración y en la Eucaristía se unen el cielo y la tierra, Dios está a través del Espíritu Santo, en su palabra y con su cuerpo, su sangre, su alma y divinidad, vivimos su entrega en la cruz que nos redime, rescata y expresa su amor y nos hace resucitar con Él.

El evangelio de hoy nos sitúa en el primer milagro de Jesús en una boda en Caná. María, atenta a las necesidades, intercede ante Jesús, quien reemplaza el agua de las tinajas para la purificación, por el mejor vino. Eso mismo sucede en la Eucaristía, Dios nos transforma y nos regala el vino de su amor, gozo, verdad, libertad, belleza, plenitud y nos impulsa a amar a los demás. ¡Aprovechemos más el  banquete del amor!

*Economista, orientadora familiar y coach personal y empresarial.
judithdepaniza@yahoo.com

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