Columna


El cielo que nos fue robado

ÁLVARO E. QUINTANA SALCEDO

01 de mayo de 2015 12:00 AM

Nuestro país es un país privilegiado. Muchísimos países de Latinoamérica no cuentan con la gran cantidad de urbes intermedias que tiene Colombia. Una de esas ciudades intermedias es Cartagena. Con más de 1 millón de habitantes, nuestra hermosa ciudad es apreciada por su privilegiada ubicación en el Caribe.

Una ciudad que cuenta con lo que podríamos llamar “la triada de la riqueza”. Una infraestructura portuaria que le garantiza acceso al mercado mundial, un foco industrial que genera ingresos desde las más importantes empresas petroquímicas; y un producto turístico de talla que es el boom internacional del momento. Pero tristemente esa riqueza, nuestra Cartagena no sabe repartirla.

La antigua ciudad de callejuelas se está reconfigurando. Está creciendo más allá de sus límites y eso; no necesariamente significa que está más “desarrollada” o que se esté alejando de la desigualdad y la pobreza. La poesía casi profética de Luis Carlos López, se cumplió: “Pues ya pasó, ciudad amurallada, tu edad de folletín”. La Cartagena de antaño se reinventó y comenzó a erigirse más allá de los muros.

En los más de 100 barrios populares que tiene Cartagena, grandes casonas y viviendas ordinarias en calles que parecían lodazales, han sido derrumbadas para dar paso a edificios que nada tienen que envidiarle a los del estrato 5 y 6.  ¿En qué momento se levantaron edificios de hasta 10 pisos robándonos el azul del cielo que antes podía verse desde nuestros patios y terrazas? ¿Cuál es el problema? - dirán algunos-. ¡Pero eso es lo que queremos! ¡Desarrollo!  Desarrollo a ¿costa de qué? y Desarrollo ¿para quiénes?

En barrios de estrato medio, eran emblemáticos edificios habitacionales  como: Las Gavias, Tacarigua, Habitacional de Las Gaviotas, los edificios militares en Los Corales y el Conjunto Villa Sandra. Estos edificios fueron concebidos de tal manera, que aun puede verse la adecuada distribución de los espacios para el disfrute de las familias y en armonía  arquitectónica con el barrio alrededor. Pero en los últimos 5 años, estos mismos barrios han atraído el bolsillo de los  inversionistas inmobiliarios, quienes construyen torres de lujo en barrios estrato 3 que para nada responden a las dinámicas sociales y ambientales de los mismos.

Sensación de impotencia da, ver las calles empantanadas con aguas negras en Bruselas, Los Alpes, Blas de Lezo, porque la red de alcantarillado no da para más.

Con un confuso modelo de desarrollo urbano, nos apiñamos en el pedacito de tierra que no alcanza para albergar a propios y extraños. Aun en medio de este escenario desalentador vale la pena preguntarse: ¿Quiénes son esos que están nos están robando el aire, la vista, la luz, el espacio y el panorama? ¿Con el beneplácito de quiénes? Unos pocos amasan fortunas vendiendo un 30 x 30 que no alcanza para recibir dos visitas.

Conviene revisar urgentemente nuestras políticas de urbanismo y acelerar las formulaciones del POT y PEMP. Pero sobre todo; es prioritario que nuestros dirigentes renueven su visión de desarrollo. Si, ellos. Ellos quienes confunden urbanismo con desarrollo, es a quienes  tenemos que exigirles por nuestro presente, porque irónicamente cuando estemos viejos, desearemos tener así sea un pedacito de jardín, un perro y una mecedora para balancearnos viendo el cielo, el cielo que nos fue robado. 

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