Columna


El Congreso de la paz

CRISTO GARCÍA TAPIA

24 de julio de 2014 12:02 AM

Si de la “mermelada” depende, es bien probable que en Congreso que acaba de instalarse, sea “el de la paz”.

Y por ahí derechito, el que saque de una las leyes del “postconflicto”.

No importa que el fin del conflicto sea aún una entelequia de las tantas abortadas por la reelección.

Igual, será el Congreso de la consolidación de las dinastías familiares y el poder hegemónico en las regiones.

Poco probable, el que dé en aprobar reformas en la justicia, la salud y la educación, si nos atenemos a cuanto ha ocurrido en congresos y legislaturas recientes con aquellas y otras dinámicas legislativas decisivas para solucionar las demandas de la sociedad colombiana.

Y no va ocurrir, porque los partidos políticos en Colombia apenas si son trasunto de tales; simple formalidad para la mecánica electoral clientelista de adquirir un escaño por vía de la compra y venta de votos, la contratación pública espuria y la conformación de centros de poder para elegirse individuos y clanes familiares en las diferentes jurisdicciones.

Nunca, organizaciones serias para canalizar la opción política ciudadana por la reivindicación de soluciones posibles a las múltiples problemáticas y demandas de la vida en sociedad del conglomerado humano que la conforma.

Apenas si son cuerpos subsistentes a los periodos electorales y no mecanismos de participación y acción para el fin superior de su origen y objeto.

Por eso, ni se habla ni se debate en los partidos políticos que fungen como tales en Colombia. Ni se perciben las diferencias ideológicas y políticas que, por oposición a organizaciones similares, dieron origen a su conformación como alternativa válida a modelos de Estado y de gobiernos.

O, a contrarrestar ideologías y poderes perturbadores en alto grado de los presupuestos y logros que haya podido alcanzar la sociedad en el ámbito de la democracia participativa, la inclusión y la convivencia política diversa.

Categorías privilegiadas por los partidos en sociedades pluralistas, en Colombia no asoman ni se vislumbran en razón del carácter clientelista y deformante de la civilidad que entraña el clientelismo y la corruptela electoral.

Y es que para el tráfico electoral no se necesitan partidos, se organizan empresas electorales; se compran y se venden votos al por mayor y al detal.

Como ocurrió con un alto número de aspirantes al “Congreso de la paz”, locales y regionales, que compraron por adelantado lotes de 10 mil votos a un mismo y único gran elector.

Y salieron “elegidos”.

Y ratificaron, por “voluntad popular”, enajenada desde luego, la consolidación de las dinastías familiares y poderes regionales que han venido detentando por lustros.
*Poeta

@CristoGarciaTap
elversionista@yahoo.es

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